Puntos para la oración 26 junio 2009

«Señor, si quieres, puedes limpiarme»

Hoy, el Evangelio nos muestra un leproso, lleno de dolor y consciente de su enfermedad, que acude a Jesús pidiéndole: «Señor, si quieres puedes limpiarme» (Mt 8,2). También nosotros, al ver tan cerca al Señor y tan lejos nuestra cabeza, nuestro corazón y nuestras manos de su proyecto de salvación, tenemos que sentirnos ávidos y llenos de confianza para suplicar la misma expresión del leproso: «Señor, si quieres puedes limpiarme».

“Señor, que seamos conscientes de que te necesitamos, que nuestro mundo necesita tu don, que las personas con quienes convivimos te necesitan, aunque algunas -o muchas- prescindan de Ti y vivan como si no existieses”.

Ahora bien, una sociedad que no tiene conciencia de pecado, ¿puede pedir perdón al Señor? ¿Puede pedirle purificación alguna? Todos conocemos mucha gente que sufre y cuyo corazón está herido, pero su drama es que no siempre es consciente de su situación personal. A pesar de todo, Jesús continúa pasando a nuestro lado, día tras día (cf. Mt 28,20), y espera la misma petición: «Señor, si quieres...». No obstante, también nosotros debemos colaborar. Esa es nuestra tarea en la oración: ser los altavoces de las personas ante el Señor. San Agustín nos lo recuerda en su clásica sentencia: «Aquél que te creó sin ti, no te salvará sin ti». Es necesario, pues, que seamos capaces de pedir al Señor que nos ayude, que queramos cambiar con su ayuda.

Alguien se preguntará: ¿por qué es tan importante darse cuenta, convertirse y desear cambiar? Sencillamente porque, de lo contrario, seguiríamos sin poder dar una respuesta afirmativa a la pregunta anterior, en la que decíamos que una sociedad sin conciencia de pecado difícilmente sentirá deseos o necesidad de buscar al Señor para formular su petición de ayuda.

Por eso, cuando llega el momento del arrepentimiento, el momento de la confesión sacramental, es preciso deshacerse del pasado, de las lacras que infectan nuestro cuerpo y nuestra alma. No lo dudemos: pedir perdón es un gran momento de iniciación cristiana, porque es el momento en que se nos cae la venda de los ojos.

Recordemos a San Pablo: “la paga del pecado es la muerte; pero el don de Dios es la vida eterna de nuestro Señor Jesucristo” (Rom 6, 23) y también: “que el Dios de la esperanza os llene de cumplida alegría y paz en la fe para que abundéis en la esperanza por la virtud del Espíritu Santo” (Rom 15, 13).

“¡Corazón de Jesús, Tú quieres que todos los hombres se salven, y lleguen al conocimiento de la Verdad! Por ellos te ofreciste a Ti mismo, y enviaste a Tus apóstoles por todos los meridianos de la tierra...Tu Corazón, Jesús, es manantial inagotable de misericordia...Tu Corazón abierto, Señor, es nuestro consuelo. Esperanza para los arrepentidos, compasión para cuantos Te invocan. Bueno con los que Te buscan. Delicioso para los que te encuentran...” (Del Oracional CSM, expresiones del P. Morales)

¡SANTA MARÍA, MADRE DE JESÚS Y MADRE NUESTRA, CONCÉDENOS CADA DÍA CONOCER, AMAR Y SEGUIR MEJOR A TU HIJO JESÚS, NUESTRO GOZO, ALEGRÍA Y ESPERANZA!

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