Puntos para la oración 19 junio 2009

Ya sabes: cuando vayas llegando al sitio donde vas a hacer la oración, te paras y recuerdas las ideas y peticiones preparadas. Luego, avanzas, te arrodillas, saludas a Jesús y María, el ofrecimiento de obras, el ángelus y lo que quieras, y si tu oración es de la buena, a continuación te quedas en una especie de standby, donde ni piensas ni eres capaz de pensar, aunque probablemente la imaginación se dedique a soñar cosas, quizás de los temas humanos que llevas entre manos. Eso es lo que dice San Juan de la Cruz que pasa en la oración de unión. Se nota que estás haciendo oración y no perdiendo el tiempo en que, a la larga, sigues teniendo ganas de ir a la oración y aún de hacer algo extra y en que progresas en virtudes (humildad).

Ya has hecho todo eso y dices “Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío” o bien “Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío porque creo en tu amor para conmigo”.

Luego la meditación. La escena es la ocurrida una semana después de la resurrección y primera aparición de Jesús a sus discípulos. Ya sabes: había uno que estaba a su bola y no presenció la primera aparición, y luego, muy digno él, se reía de los demás diciendo que mientras no metiese los dedos en los agujeros de los clavos y su mano en el costado, no creería. Estaba seguro que nunca pasaría eso. En esa sala también estás tu presente, viendo cómo habla Tomás con el resto, antes de la aparición. Ahora te vas a Jesús, ¿Qué piensa de este discípulo soberbio, le dejará en su terquedad? ¿Debería darle un escarmiento? Yo creo que en realidad Tomás lo estaba pasando muy mal y al Maestro le da pena el sufrimiento de su amigo. Piensa e investiga lo que puedas hasta que llegues al momento en que se aparece. Tú le ves en medio de todos, le miras de arriba a abajo, ves el agujero de los clavos ¿te atreverás a meter el dedo? Móntate como quieras las frases de Tomás y la respuesta de Jesús, pídele que te enseñe su costado e investiga cómo es la raja, su profundidad, su color, sus labios. ¿Se la besarás? ¿Si metes la mano, hasta dónde llega?

Si Tomás se empeñase en ver negro lo que es blanco, (como yo he hecho muchas veces) y se montase cualquier rollo para decir que no, que no estaba resucitado, ¿Jesús le abandonaría a su suerte? Ponte ejemplos de lo que tendría que hacer de sumo mal para que lo abandonase a su suerte. Dudo que encuentres ninguna perversidad que impida que el Señor le busque, y si fuese necesario le implore de rodillas “ven, soy Yo, tu salvación”.

Arrodíllate, bésale los pies y pídele algo. Llora encima de ellos y como no tendrás los cabellos largos como la Magdalena, sécaselos a besos.

Puedes ahora preguntarle: ¿Señor, cómo te hicieron la herida? Quizás te cuente lo de la cruz. Allí nada pasó por casualidad sino que entre Él y su Padre diseñaron todo y quisieron todo, y esto de la lanzada fue una de las cosas más deseadas, la última del ciclo de su muerte, como la firma, con la pluma mojada en su sangre. Y lo hace pensando en mí.

Vuelve ahora tu mirada hacia cualquier joven en pecado, se ha masturbado o ha cometido cualquier otro tipo de pecado, o muchos pecados, y no se acerca a la confesión. Le da vergüenza “soy tan malo...”, ¡Qué tristeza le entra a Jesús! ¡No cree que le ame suficientemente! ¡Cómo le mira, cómo le suplica con los ojos: “ven, hice todo este exceso para perdonarte, no dejes tanto trabajo en baldío”! ¡Oh Jesús, si yo pudiese ayudarle a que crea que le amas! Dame la gracia de poder convencer a muchos.

Por último vuelve al pié de la Cruz y penetra en lo que piensa María al ver su corazón abierto. Ella sí que tiene la gracia de convencer a muchos, pero el resto de su vida se mueve muy poco, sólo está y ama, y así salva.

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