Aunque las lecturas de este lunes abandonan el ciclo de la llegada del Espíritu Santo, el tema es tan importante que bien merece que la oración del día de hoy la dediquemos a profundizar en él.
Empiezo con una escena que oí relatar por un teólogo: Se había acercado a un monasterio a pasar unos días. Una de las noches, se salió de su celda para dar una vuelta por el claustro a disfrutar de la tranquilidad nocturna. Sólo iluminaban las luces de las estrellas y al rato decidió volver a su celda, pero no supo cual era. Había muchas y todas tenían las puertas iguales y no llegaba a distinguir sus números. No se atrevió a intentar abrir ninguna por miedo de despertar a los otros huéspedes y se quedó el resto de la noche paseando, hasta que se hizo la claridad del día y pudo entrar en su cuarto. Al hombre, a nosotros, nos pasa algo parecido. Hay momentos en los que no sabemos dónde estamos y vamos dando vueltas a oscuras sin ser capaces de avanzar gran cosa, y si no llega el Espíritu Santo con su luz, no encontramos la puerta. Es más, sin Él no somos capaces de entender el interior de nuestra propia vida. Ya me pasó a mí algo de esto durante una buena temporada de mi vida. Pero el Paráclito no actúa simplemente según sus propios diseños. Se deja influir por nuestros deseos y nuestras peticiones. Pidámosle con todo el interés posible que llegue sobre todos nosotros, sobre la Iglesia y sobre la humanidad.
¡VEN ESPÍRITU SANTO! ¡LLENA LOS CORAZONES DE TUS FIELES! Y puedes seguir con el Veni Creator o cualquier otra oración, humillándote y sintiendo su necesidad.
Acércate luego a la que de algún modo fue su esposa, la Virgen, que tiene mucho poder sobre Él y recordando su actuación en la anunciación-concepción, dila que te lo alcance.
Vamos a pensar un poco en su actuación en la Iglesia y lo utilizamos para pedir su venida. Ya Jesús dijo que no le daba tiempo a explicar todo lo que necesitábamos, pero el Paráclito acabaría de enseñárnoslo. Así le vemos actuar en los Hechos de los Apóstoles en varias ocasiones, como cuando desciende en forma de lenguas de fuego sobre la familia del centurión Cornelio, y sobre todo en lo que se llama el primer concilio de Jerusalén, cuando en el texto conclusivo dice: “Hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros ...”
Siempre ha ido acompañando a la Iglesia en sus decisiones, tanto de los Papas como de los concilios. Ha ido enseñando a interpretar la Biblia, y los signos de los tiempos, asegurando que aunque tal o cual persona o grupo se desvíen, la Iglesia no lo hará. Por ejemplo, cuando el Papa está pensando en si es adecuado definir como dogma la concepción Inmaculada de María, lanza una consulta a todos los obispos del mundo sobre el sentir de los fieles de su iglesia sobre ese tema. Sabe que si todos piensan lo mismo el Espíritu no va a dejar que la Iglesia se engañe y por tanto lo pensado es cierto. En este sentido va el concepto de la tradición católica.
Por último puedes darte una vuelta por tu propia vida, por tus momentos cruciales, por las ideas claves que “se te han ocurrido” y le das gracias por todo esto y le pides lo de antes: ¡VEN...!
Puedes acabar con un diálogo con el Padre y otro con el Hijo.