1Sam. 1, 9-20.
Dios siempre está dispuesto a escuchar la oración sencilla y humilde de sus siervos. Él nos concederá lo que le pidamos, y que no nos sirva para apartarnos de Él, pues, antes que nada, será un don de Dios puesto en nuestras manos. Samuel, pedido a Dios, le pertenece al Señor conforme a la promesa hecha por su madre. Ante la oración confiada de Ana Dios da una respuesta inmediata, pues para Dios nada hay imposible: Él da muerte y vida; Él abate y levanta. Quien confíe en el Señor jamás se sentirá decepcionado. ¡Señor, nunca defraudas a los que confían en Ti! Decimos con San Pablo: "sé de Quién me he fiado". Siempre que elevemos nuestras peticiones recordemos esto: tener fe en que Dios nos escucha; saber que Dios nos ama y nos concede más de lo que le pedimos; pedir conforme a su voluntad y no cansarnos de esperar. Dios siempre nos escucha, y nunca fracasa.
1Sam. 2, 1. 4-8.
Y Ana consagra, de por vida, al niño Samuel a Dios en su Santuario. Ahí crecerá y vivirá, durmiendo incluso cerca del Arca de Dios. Y Ana prorrumpe en un cántico de victoria y de alabanza al Señor. Dios, el Dios grande y misericordioso, se puso de su parte y se dignó borrar el oprobio de su sierva. Ahora sí puede ya responder a sus contrarios, pues es Dios quien la protege y quien la ayuda. Dios, el dueño de todo, es quien, conforme a sus designios, ha encumbrado a su sierva y la ha levantado de la muerte. Dándole un hijo ha borrado su oprobio para siempre. Ojalá siempre estemos dispuestos a alabar a Dios por sus beneficios; y que lo hagamos no sólo con nuestros labios, sino con un corazón agradecido y con una vida llena siempre de buenas obras, conforme a los mandatos, enseñanzas y ejemplos del Señor. ¡Dios sea bendito por siempre! También podemos recitar el cántico del "magnificat" de la Virgen, el cántico de los humildes y de los confiados en el Señor, el cántico de los "anawin", de los "pobres de Yavé".
Mc. 1, 21-28.
Se ha iniciado una lucha frontal en contra del autor del pecado y de la muerte. Jesús pasó haciendo el bien a todos, curando a los oprimidos por el diablo y dando libertad a los cautivos. Dios nos quiere libres de todo aquello que deteriore nuestro ser de hijos de Dios. Él quiere conducirnos a la posesión de la Vida eterna, que le corresponde como a Hijo unigénito del Padre. Unidos a Él; hechos uno con Él, hemos de continuar su obra de salvación a través de la historia, pues, como Iglesia que le pertenece, a nosotros corresponde trabajar intensamente para que el Reino de Dios se haga realidad ya desde ahora en nuestro mundo.
Él se convierte en nuestro alimento, Pan de Vida eterna; por medio de esta Eucaristía nosotros entramos en comunión de vida con Cristo, de tal forma que su Iglesia se convierte en un signo creíble del amor misericordioso y salvador de Dios a favor de toda la humanidad. Por eso no podemos reunirnos sólo para dar culto al Señor. Es necesario que aceptemos nuestro compromiso de ser, en Cristo, el Evangelio viviente del amor misericordioso del Padre, que se acerca a todas las naciones, no para condenarlas, sino para salvarlas liberándolas de toda esclavitud al autor del pecado y de la muerte.
Los que somos hijos de Dios, tenemos que dejarnos llevar por el Espíritu de Dios, que grita en nosotros con gemidos inefables "¡Abba!". Somos hijos de la libertad, mensajeros de un mundo mejor, las tinieblas de la esclavitud, no han podido vencer al amor.
¡Santísima Virgen María, Madre nuestra, concédenos la gracia de vivir con lealtad nuestra fe en Cristo, como verdaderos hijos de Dios, para que nuestra vida se convierta en un Evangelio viviente del amor que el Padre Dios tiene a toda la humanidad. Amén.