“Dejando las redes, le siguieron”. Ellos, en aquel momento, pero también “al momento”, dejaron sus redes. Redes materiales en principio, pero el contacto con Cristo les llevó después al abandono de unas redes de otro orden: las redes del corazón, de los afectos, de los apegos. Y con el paso de los años comprenderían que Jesús les pedía un abandono aun más profundo: el abandono de las redes que atan a cada uno con su propia forma de ver las cosas, con sus propias ideas, con su propio juicio.
¿Cómo no recordar la meditación ignaciana de “Dos Banderas” en la consideración de los engaños del mal caudillo? Tercer punto: “considerar el sermón que les hace, y cómo los amonesta para echar redes y cadenas”. Oigamos al P. Morales la aplicación que hace de este “dejadas las redes”: “Considerar el sermón que (el enemigo de natura humana) les hace, el discursito que les echa. Es el programa de cómo tienen que conquistar adeptos para él, y cómo los amonesta para echar redes y cadenas. Primero, hilillos invisibles, que apenas se vean; cositas pequeñas, esas que decimos que no tienen importancia ni valor ninguno. “¡Qué más da hacer esto así que “asao”… hay que interpretar… hay que tener entendimiento; y ya se sabe que aunque me han dicho que hay que hacer esto, pues también se puede hacer así, cumplo con lo fundamental”. Hilillo. Pero el hilo poco a poco se va espesando y deja de ser hilo (que se rompe enseguida si se quiere con un tironcete) y se convierte en cuerda; y la cuerda poco a poco se va entrelazando con otras cuerdas y se hace red; y la red va adquiriendo tal dureza que se convierte antes o después en cadena. Hilos, cuerdas, redes, cadenas. Y cuando tú ya podías ver la cadena porque es muy gruesa, ya los ojos tuyos están cegados por la pasión”.
Pedir, pues, a la Virgen “conocimiento de los engaños del mal caudillo y ayuda para dellos me guardar, y conocimiento de la vida verdadera que muestra el sumo y verdadero capitán, y gracia para imitarle”.
Mas, al tiempo que tratamos de romper esas redes que nos tiende el enemigo, hemos de ir anudando otras, aún más fuertes, con el Señor. Que a esos incipientes hilillos de unión con Él vayan sucediendo hilos, cuerdas, redes y cadenas que ya nada ni nadie puedan destruir. Que un día (¡mañana en nuestra oración!) el alma pueda dirigirse a Jesús con esta súplica:
Aprieta el nudo, Señor
tan fuerte y de tal manera,
que no consiga, aunque quiera,
desligarme de tu amor.
Será mi vida tu vida,
tu pensar, mi pensamiento;
tu voluntad, mi comida;
tu sentir, mi sentimiento;
tu penar, mi sola herida,
y tu gozar, mi contento.
¡Aprieta con tanto intento
que muera de tan ceñida!