Un leproso se acerca a Jesús.
Marcos sitúa la escena al final del capítulo primero entre el inicio de su predicación y la curación de un paralítico. Más o menos el mismo contexto de Lucas. Mateo, sin embargo, lo coloca justo al terminar el Sermón del Monte, y es el primer milagro de Jesús que narra su Evangelio.
¿Quién era aquel leproso? Ninguno de los evangelistas da más detalles. Sólo un hombre enfermo de lepra, impuro según la ley de los judíos. Un hombre que al ver pasar a Jesús se hincó de rodillas y le suplicó.
Se arrodilló. Es la actitud de la oración humilde. El leproso sabe que nada ni nadie, salvo Dios, puede ya salvarle. Y entonces Jesús se cruzó en su camino.
Lucas dice que el hombre estaba “cubierto de lepra”, como si la enfermedad se hubiera apoderado de todo su cuerpo. Y sin embargo, el ojo de la fe aun veía. La presencia de Jesús le hace reconocer en Él a su Señor, y por eso se arrodilla y suplica: “Si quieres, puedes limpiarme”.
Es un acto de adoración y un acto de fe. Reconoce que Jesús tiene el poder para sanarle. No se anda con rodeos. Es un discurso directo que arrebata el corazón compasivo y misericordioso del Señor: “Si quieres…”
Aprendamos para nuestra vida a entrar así en la oración, entretejiendo actos de adoración y de fe en la presencia de Jesús. Primero hagamos un acto de adoración, postrados de rodillas adoremos a Jesús presente en el Sagrario. Detengámonos en esta actitud todo el tiempo que podamos. Es el Señor, y está ahí.
Y después…, quizás incluso ya no habrá un después porque nos habrá bastado el tiempo de estar adorando. Y después hagamos un acto de fe, reconociendo que Él puede cambiar nuestra vida, superar nuestro pecado, sanar nuestro corazón: “Señor, si quieres…”
Jesús se compadeció del leproso. Lo tocó. Situándose por encima de la ley que prohibía tocar a un leproso, Jesús se acerca a él y con este gesto de proximidad lo curó.
Pero el gesto de Jesús es todavía más entrañable por las palabras que lo acompañan. Haciéndose eco de la súplica del leproso le responde: “Quiero: queda limpio”. Como diciéndole: “tu súplica ha sido escuchada y por eso quedas limpio. Porque has creído, el Señor te ha curado”.
¡Qué maravillosa descripción de la acción de Dios cuando nos cura y nos sana de nuestros pecados!
Marcos añade: “Al instante se le quitó la lepra”, para resaltar el poder de este Jesús que con un simple gesto era capaz de sanar de raíz una enfermedad tan terrible.
La adoración, la súplica, la acción de gracias y la alabanza. Son cuatro elementos esenciales en nuestro trato diario con el Señor en la oración.
Aunque el efecto de aquel no callar, de dar gracias a grandes voces y de contar a todos las maravillas que había hecho el Señor en él, Marcos lo utiliza para resaltar “el secreto mesiánico”, nosotros sólo queremos destacar la actitud de alabar a Dios y de acción de gracias con la que termina la escena.
Ya no volvemos a saber nada de aquel hombre en los relatos evangélicos. Pero su historia es también la nuestra. Ojala al iniciar mañana nuestra oración comencemos de rodillas y diciendo: “Señor, si quieres…”