“¡Salve, Madre Santa!
¡Virgen Madre del Rey...!"
Atardecer del 11 de octubre del 431. Una inmensa muchedumbre se agolpa ante el templo. Deliberan obispos de toda la cristiandad presididos por los legados del Papa Celestino. Es en Éfeso, la ciudad del Asia Menor en que según tradición venerable vivió la Virgen sus últimos años en la tierra. Al anochecer, después de una jornada agotadora, los Padres del tercer Concilio Ecuménico condenan a Nestorio y proclaman como dogma de fe que la Virgen María es Madre de Dios.
El gentío había estado todo aquel día esperando anhelante la gran noticia. Al conocerla prorrumpe en aclamaciones de gozo. Una procesión improvisada se organiza espontánea. La multitud jubilosa acompaña con antorchas encendidas a los Padres del Concilio, cantando a la Virgen. Lourdes, con su emocionante desfile nocturno por las escalinatas y explanada de la Basílica, prolongará cada noche, quince siglos más tarde, esos destellos luminosos, la alegría desbordante de aquellos cristianos de Éfeso.
Octava del Nacimiento del Señor. Ocho días después, la Iglesia nos hace contemplar a Su Madre bendita. Con amor indecible, llena de gratitud, ha mirado sin cansarse a Jesús Niño. Es la Madre muda del Verbo silencioso, Verbi silentis Mater muta, como canta una liturgia oriental... Es la antífona inicial de la Misa que compuso Sedulio. "¡Salve, Madre Santa! ¡Virgen Madre del Rey que gobierna cielo y tierra por los siglos de los siglos!".
Fiesta que desplaza...
Una fiesta de la Virgen, pero también un misterio de Jesús: su Circuncisión, gotas de Sangre Divina, lágrimas de Dios recién nacido... "El gran pequeño Rey" (Francisco de Sales) ofrece las primicias de Su sacrificio. La Redención no se opera en un instante. Más que punto único, es una resultante, una serie de momentos sucesivos. Una palabra, un gesto, una acción Suya cualquiera, hubiese sido suficiente para salvarnos.
La Circuncisión es uno de esos momentos. Jesús derrama hoy las primeras gotas de Su Sangre. Un día las verterá a raudales en la Cruz. Hoy brillan ya sangrientas perlas entremezcladas con Sus sollozos de Niño. Hoy, unas gotas... En el Calvario derramará toda Su Sangre. Así, la fiesta de hoy es transición entre Navidad y Pascua, puente entre Pesebre y Cruz.
La Iglesia, siempre maternal pedagoga, introduce esta fiesta con finalidad didáctica. Eclipsar una celebración gentil. Los gentiles de entonces conmemoraban con danzas y orgías el festejo de los "estrenos" o "regalos" que se entregaban a familiares y amigos augurando felicidad del año que comenzaba. La bacanal pagana de fin de año perdura, por desgracia, después de la Encarnación. Evidencia el acierto siempre actual de la Iglesia, al instituir una fiesta que desplace esa saturnal y consagre el año que comienza.
"Cuna, cruz, sepulcro"
En este 1 de enero tenemos que reafirmarnos en una convicción. La Iglesia nos presenta un programa, un camino: "Jesús, nuestro Caudillo. Luz que ilumina nuestra ruta" (S. Cipriano). "El que era Dios se ha hecho hombre... Que Jesucristo te guíe..., y te haga llegar hasta la misma Divinidad" (S. Agustín).
Nuestra vida no es como la de los que nos rodean. Es tránsito del nacimiento a la gloria, pasando por la cruz. ¿Qué es la vida?, preguntaba Eva Lavalière. Una cuna, una cruz, un sepulcro. Una cuna al nacer, una cruz mientras se vive, un sepulcro con esperanza cierta de resurrección gozosa. "Quien cree en Mí, aunque haya muerto, vivirá" (Jn 11,25).
"Nace según la carne
para que tú..."
Unas palabras de S. Pablo a Tito (Tt 2, 11), que la Iglesia utiliza con frecuencia en la liturgia navideña, quiere repetirte la Virgen. "Ha aparecido la gracia salvadora de nuestro Dios a todos los hombres". La Virgen está inclinada ante el pesebre. Mira al Niño embelesada. Adora y ama...
"Ha aparecido la benignidad de nuestro Salvador Dios humanado, apparuit benignitas et humanitas Salvatoris nostri Dei". Es un eco de la Natividad de Jesús. Alegrémonos. Se celebra el nacimiento de la Vida. Luego no hay derecho a estar tristes, concluye S. León Magno. Un doble milagro se realiza hoy, clama S. Buenaventura. Un Dios nace, una Virgen da a luz. Sí, alegrémonos... Ha nacido según la carne para que tú nazcas según el Espíritu (J. Crisóstomo). Se hace hombre para que el hombre quede deificado, se haga como Dios (S. Agustín).
"Vino a sufrir la muerte
y regalar la Vida"
La Virgen nos muestra a Jesús en sus brazos maternales... Repite silenciosa: Mírale, ha aparecido la gracia salvadora de nuestro Dios a todos los hombres... Acércate, quiero ponerlo en tus brazos, tómalo, ha nacido para ti... ¿Temes acercarte a Jesús, tu Hermano, tu carne?... Mírale, ha experimentado todas tus miserias, menos el pecado... Así se hace misericordioso, perdona y olvida...
Sí, tómalo en tus manos... Contempla detenidamente Su faz... Bésalo con reverencia... Gózate confiado en Él. Puedes hacerlo, pues vino para salvación de pecadores. Con ellos, humilde, vivió, y a ellos Se dio en alimento. Muriendo, entrega el precio de su rescate y reinando en el cielo es recompensa y premio (Sto. Tomás de Aquino).
Devuélveselo ya a su Madre. Contempla a María si puedes... Mira con cuánta diligencia y amor lo alimenta y trata... Fíjate, sin cansarte, en la faz de ese Niño que desean contemplar los ángeles... "Dios, que se nos reveló en otro tiempo hablándonos por los Padres y Profetas, en estos días, ahora, se nos ha manifestado hablándonos en su Hijo", oirás en el Aleluya de la Misa... Fuera de ti, lleno de alegría: "Cantad al Señor un cántico nuevo, porque hizo maravillas" (Sal 98,1), "Vino a recibir desprecios y dar honores, a extirpar el dolor y dar la salud, a sufrir la muerte y regalar la Vida" (S. Agustín).
Dinamismo divino
"Ha aparecido la gracia salvadora de nuestro Dios a todos los hombres, enseñándonos a vivir en este siglo con sobriedad y justicia, mortificando nuestras pasiones y deseos de mundo...". Cristo nace para enseñarnos una nueva manera de vivir. "Yo soy el Camino... Soy la Luz... El que me sigue no anda en tinieblas, tendrá la luz de la Vida"... "Nacido Niño -te dice S. Buenaventura- condena tu soberbia. Naciendo pobre, mata tu avaricia. Nacido de una Virgen, ataca tu lujuria". Ha aparecido para enseñarnos a vivir según Él, mortificando pasiones, ahogando deseos de mundo...
Celebramos la Circuncisión de Cristo, luego tenemos que circuncidar nuestras inclinaciones desordenadas. Al contemplar a Jesús en el Pesebre, al ver correr las primeras gotas de Sangre Divina, el alma profunda de un creyente adquiere dinamismo divino para seguir a Cristo mirando a María.
"Empadronados en los cielos"
La vida del cristiano es circuncisión continua a lo largo del año que comienza. Es la vida inaudita que en nosotros inicia el Nacimiento de Jesús. Al adorarlo recién nacido, celebramos también nuestro propio nacimiento. La Natividad temporal de Jesús es la fuente de donde nace el pueblo cristiano. El Nacimiento del Jefe marca el de su Cuerpo Místico, el de la familia de Dios en la tierra. El Bautismo deposita en nuestras almas una semilla divina.
La vida cristiana no es más que el desarrollo progresivo y continuo de ese germen de vida ultraterrena que nos hace morir a nosotros mismos para vivir en Dios. Vida y muerte produce en nosotros el Bautismo. Toda la ascética cristiana deriva de la gracia bautismal. Se endereza a desenvolver la semilla divina arrojada por Cristo-Iglesia en la persona. Es el embrión que nos incorpora a "la Iglesia de los primogénitos que están empadronados en los cielos" (Hebr 12, 23).
"Ceñid vuestra cintura"
"Enseñándonos a vivir en este siglo con sobriedad y justicia, mortificando nuestras pasiones y deseos de mundo. Suspirando por la bienaventurada esperanza y la llegada en gloria deslumbrante de nuestro Dios Salvador, Jesucristo..." Con la mirada fija en lo alto, más allá de las nubes, donde brilla un cielo intensamente azul, el cristiano marcha por la tierra.
Un acto de servicio continuo en espera del gran relevo. Sabe que en la hora menos pensada vendrá el Hijo del Hombre, aparecerá Jesús para no esfumarse jamás. Entretanto, como los soldados y viajeros de la antigua Roma, recoge la larga túnica para marchar mejor.
Escucha a Cristo. "Ceñid vuestra cintura". Es el obrero de la viña del Señor. Tiene que forjarse en continuo control de sus pasiones. Lucha contra el mundo que le rodea. Soporta el peso del calor del día para merecer la recompensa eterna (cf. Mt 20,1).
Soldado de Cristo, libra a diario el buen combate de la fe (1 Tim 1,18-19). Es extranjero y peregrino sobre la tierra (1 Pe 2,11). Así, marcha ceñidos los lomos, antorcha en mano. Sobrio y vigilante siempre, suspira por la bienaventurada esperanza, la gloria deslumbrante de nuestro Dios Salvador, Jesucristo...
"Virginidad fecunda"
Un programa de vida nos traza la Virgen. "Año nuevo, vida nueva"... Vida nueva por y en Cristo, que "es el mismo ayer que hoy por los siglos de los siglos", según reza la antífona de comunión (Hebr 13, 8). Vivir con sobriedad y justicia, renunciando al mundo y esperando la venida gloriosa de Jesús. Cantad con Sta. Teresa: "La batalla es corta, el premio eterno".
La festividad litúrgica de hoy está consagrada a la Sta. Madre de Dios. Quizá sea la más antigua de sus fiestas. Destila gota a gota la Sangre del Señor y nos recuerda su último y definitivo fluir en la Cruz. En las dos ocasiones, María stabat, estaba en pie, ofreciendo y ofreciéndose. Iniciaba los ofertorios de nuestras Misas. Se constituía en modelo. Nos impulsa a inmolarnos también cada día en el Santo Sacrificio. Mañana brillará en el cáliz sobre el altar, la misma Sangre que nuestro Señor vertió por primera vez en la Circuncisión. Es la Sangre formada en el seno virginal de María.
"¡Oh Dios, que por la virginidad fecunda de Santa María regalaste la salvación al humano linaje...!". Así comienza la oración de la Misa. La salvación del mundo, Jesús, en brazos de la Virgen. Y María, aureolada con doble y preciosa corona. Virginidad más pura, la Maternidad más fecunda. Paradoja humana, milagro divino... Virginidad y maternidad parecen términos antitéticos, irreconciliables, pero Dios todo lo puede. De la Mujer más pura que jamás ha existido, hará la Madre más fecunda...
"Para Dios
nada hay imposible"
A más pureza, a más virginidad en el alma del creyente, mayor fecundidad apostólica. Engendrará a la Vida Divina millones de almas. En los brazos de la Mujer más pura y de la Madre más tierna que ha habido jamás, se nos regala la salvación del mundo: Jesucristo. Un bautizado laico se extasiaba al saborear la oración de este día, y confesaba: "¡Qué cuadro tan maravilloso el de Jesús Dios hecho un Niño en brazos de una mujer, María! Padre, siento no poderle expresar lo que mi alma experimenta. Para mí, ¡significa tanto el pensar que Dios se haga Niño para mí!... Si Dios no dudó en hacerse Niño para mí en brazos de María, ¿por qué no hacerme también yo niño para Él en brazos de la Virgen? Perdone, Padre, que no siga hablando, pero la emoción que me embarga no me permite hacerlo, no puedo".
"Te pedimos nos concedas -suplicaremos en la Misa- sentir que intercede por nosotros la misma Virgen por quien merecimos recibir al Autor de la Vida, Nuestro Señor Jesucristo"... Ella nos enseñará a vivir esperando la bienaventurada Venida de nuestro Dios Salvador, Jesucristo. Nos abrazará para siempre en la felicidad eterna del cielo a cuantos fuimos sus hijos en la tierra. "Para Dios nada hay imposible..." (Lc 1, 37).
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