Meditamos hoy unas de las páginas más bellas de la Escritura y también de las más conocidas por todo el mundo. La lucha entre David y Goliat, entre el bien y el mal, entre la debilidad y la fuerza, entre la luz y las sombras.
Con solo recrear la escena, basta hoy para hacer nuestro rato de oración. Contemplar al gran Goliat, guerrero curtido, de mirada desafiante, inyectada en sangre buscando a su rival, bien preparado para el combate, con todo tipo de armas, hasta un escudero necesita para llevarlas. En frente el joven David, de rostro alegre, y una mirada llena de luz, sin miedos que nublen sus ojos. Escuchar el diálogo entre los dos rivales y el desenlace final que con tanta belleza narra el Libro de Samuel.
Dos lecciones, entre otras tantas, podemos sacar de nuestra oración:
- David busca la gloria de Dios, no permite que al rey de Israel se le ofenda, pues es el ungido de Dios.
- David no confía en sus capacidades, va a luchar en el nombre del Señor, por eso sabe que Dios está con él.
Que en nuestras vidas, siempre lo que nos mueva sea buscar lo que más le agrada al Señor, poder consolarle. Y una vez que tenemos claro cuál es su voluntad lanzarnos a cumplirla, por muy costosa que nos parezca, confiando en que el nos dará la victoria, que es su victoria, como hizo con David frente a Goliat.