Puntos para la oración 30 enero 2010

Tradicionalmente se ha identificado la barca en la que navegaban Jesús y los discípulos como la nave de la Iglesia, o la de mi propia alma. Y es que, también nosotros a menudo nos adentramos en el mar de la vida y nos encontramos con olas que golpean contra nuestra alma hasta casi anegarla, o fuertes huracanes que, sin saber cómo han surgido o de dónde vienen, se levantan contra nosotros turbándonos o amenazando nuestra vida de fe.

Y también nosotros le preguntamos al Señor: “¿no te importa que nos hundamos?” Y también Él nos contesta: “¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?” A Jesús no le molesta que le despertemos a Jesús le molesta que, estando El en la barca, creamos que se ha olvidado de nosotros. Si Jesús no se preocupa, tú, ¿de qué te preocupas? ¿No va Él contigo? ¿Qué puedes temer? Fíjate bien que el Señor no se levanta para calmar la tempestad, sino para calmar a los discípulos. Durante la tormenta el estaba a popa, es decir, en la parte de atrás, y además ¡durmiendo! Jesús dejaba hacer a sus discípulos, se fiaba de ellos a pesar de la tormenta que les rodeaba, pero ellos no se fiaban de El. “¿Aún no tenéis fe? –les pregunta– Después de tanto tiempo con vosotros ¿todavía no confiáis en Mí? Lo mismo nos pregunta hoy a nosotros: ¿Aún no tienes fe? A pesar de todo lo que conoces de Mí, a pesar de todas mis muestras de amor ¿todavía no te fías?

El profeta Jeremías dice que el corazón del hombre es complicado y enfermo, más potente que el oleaje del mar. El orgullo lo hincha, la ambición le hace salir de sus límites, la tristeza lo cubre de nubes, los vanos pensamientos lo turban, la lujuria lo enfurece. Por eso, a menudo también nos encontramos sumidos en el oleaje de nuestras propias pasiones, subiendo y bajando a merced de los altibajos de nuestro propio corazón.

Por eso, porque interiormente estamos a merced de nuestro corazón, y porque somos cobardes ante los acontecimientos externos, es por lo que la Iglesia nos ofrece el salmo 50 junto a este Evangelio: “¡Oh Dios, crea en mi un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme!” Sí, ¡oh Dios! Crea en mí un corazón puro que no esté a merced de sus pasiones y egoísmos. Renuévame con un espíritu firme que se asiente sólo en Ti, que no sea tan cobarde, tan asustadizo. Sólo así podrá serme devuelta “la alegría de tu salvación” porque me sabré a salvo de todo tipo de asaltos y tormentas del mundo, del enemigo y de mi propio corazón, porque Tú vas siempre conmigo ¡aunque sea dormido a popa! Afiánzame pues, Señor, dame un espíritu generoso, que no tenga miedo ni sea pusilánime. Para así poder cumplir mi misión en la vida y adentrarme contigo en los mares del mundo y de mi propio corazón, hasta que llegue a la “otra orilla”pero contigo Señor, siempre contigo.

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