Esta recta final del mes de enero es pródiga en la canonización de grandes santos en la Iglesia. Desde san Francisco de sales, el 24, hasta san Juan Bosco el 31, pasando por la Conversión de san Pablo, el 25, y santo Tomás de Aquino el 28, con santa Ángela de Mérici y san Enrique de Ossó el 27.
¡Qué consolador! Otros como nosotros han llegado y no solo nos muestran el camino por el que podemos también transitar para “llegar”, sino que nos ayudan intercediendo por nosotros ante el Padre a fin de obtener las gracias que necesitamos para lograr a perseverancia que lleva al triunfo final.
Como dice el Catecismo: “Los santos… no dejan de interceder por nosotros ante el Padre. Presentan por medio de Cristo Jesús los méritos que adquirieron en la Tierra. Su solicitud fraterna ayuda mucho a nuestra debilidad” (LG.49). Santo Domingo, ya moribundo, decía a sus hermanos: “No lloréis, os seré más útil después de mi muerte y os ayudaré más eficazmente que durante mi vida.”. También Teresita del Niño Jesús decía: “Pasaré mi cielo haciendo bien sobre la tierra.”
Ante la muerte de nuestros seres queridos ¿quién no se ha sorprendido ante la paz con la que se sobrelleva el dolor del recuerdo de la persona que nos ha dejado? Y es que sentimos que nuestro familiar está alcanzado para nosotros las gracias de sosiego y resignación cristiana con que llevar el duro trance.
Personalmente, me gusta imaginarme a los santos como observándonos igual que en un partido de fútbol, donde la barra celebra las buenas jugadas, anima con pasión al equipo y se llena de entusiasmo en cuando triunfa o cuando fracasa y vuelve a la cancha con renovados bríos.