En este mes de Mayo podemos hacer una oración con María. Será una oración con cinco puntos, con cinco sílabas: tomando la M de María seguida de las cinco vocales, la contemplaremos en cinco momentos de su vida, siguiendo cinco versículos de los evangelios. Nos apoyaremos en comentarios del P. Morales y Abelardo, para “reflectir y sacar algún provecho”.
1.- Madre. En Belén y en el Calvario. En Belén, María “dio a luz a su hijo primogénito, le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre” (Lc 2, 7). Y en el Calvario el testamento que Jesús nos entrega es su Madre: “Ahí tienes a tu Madre” (Jn 19, 27). María es ante todo Madre. La Madre. Madre de Jesús y Madre nuestra. Como escribe Abelardo, “la Madre de Dios es mi Madre y me ama con el mismo amor con que amó a su Jesús. Ella no ve en mí cosa distinta de Jesús”. Y concluye: “no se trata sólo de saber que la Virgen es Madre nuestra, sino de recibirla como tal Madre, entregarse confiadamente a su acción maternal en nosotros. Quererla con locura y dejarse querer. Que Ella misma nos conceda tan inmensa gracia”.
2.- Mediadora. En las bodas de Caná (Jn 2, 3). María lleva a Jesús las necesidades de los hombres: “No tienen vino”, y a los hombres les dirige hacia Jesús: “Haced lo que él os diga”. Que también nosotros seamos mediadores entre nuestros compañeros y Jesús. Que alcancemos de Jesús la transformación del agua de nuestras tareas cotidianas, en el vino alegre de quien da a todas ellas horizonte de eternidad. Como concluye Abelardo: “es para volverse loco. Porque tenemos una intercesora poderosísima. Una Madre que junto a las llagas gloriosas de Jesús, presenta al Padre su inmolación más plena”.
3.- Misionera del Amor. En la Visitación: “Se levantó María y se fue con prontitud a la montaña” (Lc 1, 39). El P. Morales da este título a María en la Visitación: “la Virgen, misionera del amor, se pone en marcha. Y nos arrastra con su ejemplo. Como ella queremos también ser misioneros del amor, repartidores de la alegría de la Encarnación entre nuestros hermanos”. Madre, que no seamos nosotros los que actuemos, sino Tú en nosotros, hasta convertirnos en tus manos visibles para repartir tus dones en las almas y acercarlas a Dios.
4.- Modelo. En el Magníficat y en toda su vida. Sólo Ella ha podido decir: “Todas las generaciones me llamarán bienaventurada” (Lc 1, 48). Y es que la vida de María es la encarnación del Magníficat. De Ella aprendemos su humildad, su obediencia, su docilidad al Padre, su confianza, su alegría, su abandono, su vivir pendiente de los demás… Como escribe Abelardo: “El Corazón de la Virgen Santa María es el molde en que me vaciaré para formarme en Cristo. Y su mano de Madre será la del artista que modelará en mí los rasgos de Jesús”.
5.- Mujer. En la Visitación (Lc 1, 42), en Caná (Jn 2, 4), en el Calvario (Jn 19, 26), y siempre. María es la mujer nueva, la nueva Eva, la mujer por excelencia. Ella es la “bendita entre todas las mujeres”. ¡Cuántas virtudes adornan a la mujer! Pero más aún a la Mujer por excelencia. Una de ellas, su capacidad para consolar. También su capacidad para consolar a Dios. Como dice el P. Morales: “la mujer lleva ventaja en esto de consolar. Gracias a Dios las ha hecho a ellas así, con un instinto maternal tan grande... Pero también sé que para consolarle no tengo que hacer más que una cosa: obedecer. Tomar a María como madre. Entonces puedo consolarle mucho más que todas las mujeres juntas”.
Oración final: María: mujer y madre, mediadora, misionera del Amor y modelo nuestro: enséñanos, arrástranos con tu ejemplo, muéstranos a Jesús, sé nuestra Madre.