En este mes de Mayo, dedicado de una forma especial a María, comenzamos nuestra oración acompañados por su mano materna. Así nos adentramos en la relación profunda con Jesús.
Consagrados en la verdad
El Evangelio de este día comprende la segunda parte de la “oración sacerdotal” de Jesús, intercediendo por sus amigos ante el Padre antes de ausentarse en su Ascensión a los cielos.
Esta certeza de la oración de Jesús en nuestro favor nos coloca en una actitud de plena confianza. Así podemos adentrarnos en la oración con el corazón abierto de par en par.
Jesús pide al Padre que santifique a los discípulos en la verdad. La efusión del Espíritu será precisamente la consagración en la verdad. Esta consagración da al creyente acceso a la santidad del Padre y a la alegría cumplida y rebosante de Cristo glorificado.
Pero hay dos condiciones para lograr esta meta:
- Mantenerse unidos los discípulos entre sí por el amor
- Aguantar y vencer el odio del mundo, en medio del cual tendremos que vivir los cristianos.
“No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del mal”
El mundo odia a los discípulos de Cristo porque, como él, están consagrados por el Espíritu de la verdad, y ésta no se aviene con la mentira del mundo, pues la deja al descubierto.
En este entorno se desenvuelve nuestra vocación cristiana, donde tenemos que ser testigos de la verdad por el amor. Y todo esto para que el mundo crea.
Con la fuerza de la fe seremos capaces de transformarlo todo, dentro de nosotros mismos y en nuestro entorno: Trabajo, estudio, vida familiar, problemas personales, compromiso social y político, soledad, enfermedad y muerte.
Tenemos que probar, gustar y ensayar con entusiasmo la nueva vida pascual, convirtiendo el corazón a los bienes de arriba, aunque sin desentendernos de la gente y del mundo.
Te damos gracias, Dios Padre, porque en Cristo
nos elegiste y nos consagraste en la verdad
para vivir contigo y con Él sin ser del mundo.
Señor Dios nuestro, si el mundo no te conoce,
nosotros creemos en ti y en tu enviado Jesucristo.
No permitas que la persecución y el odio del mundo
nos intimiden en nuestro compromiso cristiano.
Danos fuerzas para ser portavoces de la vida nueva
y acompañar a nuestros hermanos los hombres
en la difícil conquista del sentido de la vida,
y a todos los que sufren contrariedades por tu causa
dales, Señor, tu Espíritu de paz y de gozo en el dolor. Amén