9 mayo 2010, domingo de la 6ª semana de Pascua – Puntos de oración

La lectura de hoy del Evangelio de San Juan hace referencia al discurso de adiós del Cenáculo el Jueves Santo, cuando Cristo anunció su partida a los Apóstoles para prepararles a este hecho.

Al anunciar su marcha de esta tierra a los Apóstoles, Cristo dice así: “El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él” (Jn 14,23). Pensad en el significado y fuerza de la enseñanza que transmitió Cristo durante su misión mesiánica en la tierra. Dicha enseñanza nos une perennemente no sólo a nuestro Redentor, sino también al Padre: “La palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió” (Jn 14,24).

Por tanto con la fuerza de esta enseñanza el Padre viene a quienes la siguen, viene a la Iglesia el Hijo junto con el Padre y el Padre junto con el Hijo.

La fidelidad a la enseñanza que nos ha transmitido Cristo es la fuente de la relación vivificante con el Padre a través del Hijo.

Dejada la tierra, Cristo sigue en unión constante con su Iglesia a través de la enseñanza transmitida a los Apóstoles.

Por esto precisamente es tan fundamental para la Iglesia observar con fidelidad dicha enseñanza. De este empeño rinde testimonio el primer Concilio Apostólico. El afán de los sucesores de los Apóstoles no es otro que el de que la Iglesia se mantenga en la enseñanza que Cristo le transmitió y que a través de la fidelidad a la enseñanza “moren” en la comunidad de los fieles el Padre junto con el Hijo.

--- La función del Espíritu Santo

El segundo pensamiento del Evangelio de hoy está relacionado con el Espíritu Santo: “Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Jn 14,26).

De modo que por segunda vez oímos hablar de “enseñanza”. Sabemos ya cual es el significado de esta enseñanza verdadera transmitida por Cristo a la Iglesia a fin de unirla con el Padre y el Hijo. Esta enseñanza y esta doctrina han sido confiadas a los Apóstoles y a sus sucesores. Pero al mismo tiempo el Espíritu Santo que manda el Padre en nombre del Hijo custodia a la manera divina la misma doctrina y su misma enseñanza. El Espíritu enseña a la Iglesia de modo invisible y conserva en la memoria y en la enseñanza de la Iglesia todo lo que Cristo transmitió a los hombres de parte del Padre.

Por medio de lo que es el Espíritu Santo junto a la Iglesia y a través de la ayuda que El presta a su enseñanza, el Padre y el Hijo pueden “morar” siempre en las almas de los fieles.

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