Primera lectura: Lo que le sucedió a Pablo en el Areópago de Atenas ha sido objeto de muchos estudios. Se pone como un ejemplo típico de diálogo entre la fe y la razón, o entre el helenismo y el cristianismo. Algunos, incluso, se han atrevido a compararlo con la situación presente. El lugar en el que Pablo evangeliza (el “areópago” de Atenas) se ha convertido en un símbolo. Por eso hoy hablamos de “nuevos areópagos” para referirnos a los nuevos ámbitos de evangelización.
¿Qué es lo que descubrimos -entre otros aspectos- en este relato? Que ante el mensaje de Pablo se producen tres reacciones: tomarlo a broma, considerarlo una fantasía, aceptarlo con fe (“Algunos se le juntaron y creyeron”). Aunque desde el punto de vista pastoral, la estrategia de Pablo es impecable, y el discurso extraordinario, no hay un relación causal entre buena estrategia y fruto apostólico. La fe es algo más que el producto de un buen “marketing”, es un don de Dios y es una respuesta de la persona. Oremos pues, para que Dios abra el corazón de quienes escuchan su Palabra.
Evangelio:
Quedan muchas cosas por decir. Pero los discípulos no están preparados aún para comprender todo lo que Jesús debe decir. La solución viene dada por la venida del Espíritu Santo. Él dará plena comprensión de todo lo dicho y ocurrido durante el ministerio de Jesús, quien es en sí mismo la revelación del Padre, la Palabra de Dios.
El Catecismo de la Iglesia Católica presenta al Espíritu como nuestro pedagogo y maestro:
Cuando se proclama la Palabra de Dios, «el Espíritu Santo es quien da a los lectores y a los oyentes la inteligencia espiritual de la Palabra de Dios... pone a los fieles y a los ministros en relación viva con Cristo, Palabra e Imagen del Padre, a fin de que puedan hacer pasar a su vida el sentido de lo que oyen, contemplan y realizan en la celebración» (nº 1101).
«Es el Espíritu quien da la gracia de la fe, la fortalece y la hace crecer en la comunidad» (nº 1102).
«En la liturgia de la Palabra, el Espíritu Santo recuerda a la asamblea todo lo que Cristo ha hecho por nosotros... y despierta así la memoria de la Iglesia» (nº 1103).
El Espíritu sigue animando, guiando, iluminando: es el Maestro interior de todos los cristianos y de modo particular el Maestro de los responsables de la Iglesia, sobre todo cuando se reúnen para discernir juntos los caminos del Señor, como sucedió en Jerusalén, y a lo largo de la historia en tantos concilios y sínodos universales o locales. En el «concilio de Jerusalén» ya vimos que la conciencia de los presentes era que el Espíritu les estaba llevando a esta plenitud y adaptación de la verdad: «hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros...».
En toda la Cincuentena, pero sobre todo en sus últimas semanas, haremos bien en pensar más en el Espíritu como presente en nuestra vida: el Espíritu que nos quiere llevar a la plenitud de la vida pascual y de la verdad de Jesús.
Oración final:
Dios todopoderoso, que derramaste el Espíritu Santo sobre los apóstoles, reunidos en oración con María, la Madre de Jesús, concédenos, por intercesión de la Virgen, entregarnos fielmente a tu servicio y proclamar la gloria de tu nombre con testimonio de palabra y de vida. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.