Petición: 'Señor, que te siga, sin miedo, hasta el fin'.
Contemplamos: El lago de Galilea, con sus 12 kilómetros de ancho y sus 24 de largo es el escenario de este pasaje. A un lado, no lejos de Cafarnaún y de lugares donde habían ocurrido algunas de las escenas más emblemáticas como la multiplicación de los panes y los peces, o el discurso de las bienaventuranzas, se encuentra la playa de piedras, orilla del lago donde ocurre la escena.
Comenzamos donde acaba el evangelio.
Lo leemos detenidamente para poder ambientarnos. Nos imaginamos todo lo que aparece.
A un lado el rescoldo del fuego y las sobras del pescado. Cerca los discípulos hablando entre ellos... y mirando de reojo a Jesús que habla con Pedro, aunque ninguno de ellos puede escuchar nada. Juan, un poco más de cerca, disimuladamente está contando los peces y mira a Jesús.
El eco del diálogo sigue en el corazón. '¿Me amas?', 'Sígueme'. Dos frases que requieren dos respuestas.
También Jesús me las dice a mí.
Y Jesús y Pedro se alejan hasta que nadie les puede ver. Y allí, a solas Pedro, se desahoga. Se echa a llorar ahora que nadie le ve. Y le pide perdón una y otra vez. Y Jesús vuelve a clavar en él la mirada profunda de aquella noche de traición. Una mirada de inmenso amor. 'Pedro, te sigo queriendo igual o más que antes. Y ahora que te ves poca cosa y humilde puedo decirte que, en verdad, estás preparado para dar tu vida por mí'
A solas con Jesús. También yo me quedo a solas con Jesús, cuando al fin Pedro vuelve con los apóstoles. Y también mi mirada se cruza con la suya. Mi pecado no es menor que el de Pedro. ¿Cómo será mi amor? Pensar en cómo sería mi diálogo con Jesús en ese momento. Escuchar también de él la voz que me invita a seguirle. Y hacerlo desde la certeza que con ello me espera la persecución y, de una u otra manera, el martirio.
Y dejándolo todo, le sigo.