El tiempo de adviento va avanzando, y en la oración de cada día nos vamos preparando un poco más para la llegada de Jesucristo. Hoy Jesús en el evangelio se fija en dos actitudes que nos alejan de Él: la incapacidad para sintonizar con los sentimientos de su corazón, y nuestro espíritu mezquino, que juzga a Jesús según nuestros límites estrechos. Purifiquemos nuestra mente y nuestro corazón.
1. “¿A quién se parece esta generación?” Cuántas veces se queja Jesús en el Evangelio de su generación, “esta generación”, a la que llama “generación malvada y adúltera” (Mt 12, 39); “incrédula y perversa” (Mt 17, 17); y a la que echa en cara su incapacidad para convertirse (Mt 12, 41), y para descubrir la Sabiduría, una sabiduría mayor que la de Salomón (Mt 12, 42). Predice además que ha de padecer mucho y ser reprobado por esta generación (Lc 17, 25); Él, que se ha hecho hombre precisamente para salvarla, y que sufre por su rechazo: “¡Jerusalén, Jerusalén, la que mata a los profetas y apedrea a los que le son enviados! ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina reúne a sus pollos bajo las alas, y no habéis querido!” (Mt 23, 37).
Contemplemos la soledad de Jesús. De ayer y de hoy. También por parte de nuestra generación, en la que estamos incluidos. Jesús viene a los suyos, y los suyos no le recibimos (cf. Jn 1, 11). Es el drama de cada Navidad, detrás de tantas luces y adornos. ¿Seremos nosotros del pequeño grupo de los que sí le reciben (cf. Jn 1, 12)?
2. “Hemos tocado la flauta, y no habéis bailado; hemos cantado lamentaciones, y no habéis llorado”. Jesús, con esta comparación, echa en cara una actitud muy frecuente entre nosotros, especialmente los que deseamos seguirle. Es la apatía, la falta de sensibilidad para reaccionar, ni ante las alegrías ni ante las penas, la incapacidad para sintonizar con los sentimientos de su corazón. ¿Cómo es nuestra actitud ante el paso de Dios? ¿Le esperamos? ¿Cómo nos preparamos a su venida?
3. “Ahí tenéis a un comilón y borracho…” Es el hombre juzgando a Dios, el reo al Juez, encerrando la inmensidad de Su amor en los límites cicateros de su mente y de su corazón. En definitiva es el hombre tratando de construir barricadas ante el Señor que viene, para evitar que nos encuentre desprevenidos y nos asalte... No permitimos que el Señor nos diga que tenemos que cambiar, y cómo tenemos que hacerlo. No queremos tomarle como nuestro modelo, a Él, que es el modelo de la humanidad. ¿Somos de los que juzgamos a Jesús y a su Iglesia? ¿Criticamos su actuación con nosotros?
4. “...Amigo de publicanos y pecadores”. Señor: yo soy pecador y Tú te revelas como mi amigo. Los que se tienen por justos, no entienden tu amor a los que somos pecadores, y te lo echan en cara. Aquí se sitúan los fariseos de ayer y de hoy, reflejados en el hijo mayor de la parábola del hijo pródigo. No toleran la misericordia del Señor. En definitiva porque no toleran sentirse necesitados de tu amor.
5. “Los hechos dan razón a la sabiduría de Dios”. Señor: Tú me has salvado, me has seducido y me has conquistado, y canto tu salvación. Y como yo, millones de hombres y mujeres a lo largo de la historia. ¡Somos los hechos que damos razón a tu sabiduría!
Oración final. Madre: prepárame para la venida de tu Hijo. Sana mi mente, incapaz de aceptarle tal y como viene; y cura mi corazón, insensible para sintonizar con sus sentimientos. Tú que has dicho: “todas las generaciones me llamarán bienaventurada”, y que has cantado que “su misericordia se derrama de generación en generación a todos los que le temen”, abre mi corazón y los corazones de mi generación a su misericordia. Que nos acerquemos cada día más y más a Él, nuestro amigo, para que nuestra conversión cante la sabiduría de Dios.