En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu de Amor nos reunimos esta familia. Unidos por el carisma que El Señor nos regaló a través de su siervo Tomás Morales; orando unos por otros y con afán de interiorizar la palabra de Dios.
Hacemos presente a nuestra Madre “de la esperanza”, maestra de la palabra escuchada; atenta y celosa para guardarla dentro, pero dócil y diligente cuando le empuja la caridad.
En la primera lectura nos sorprende la forma en que Dios habla a través de Balaán por medio de oráculos. Se nos dice que escucha la palabra de Dios y que El Señor le permite “ver la visión del Poderoso” incluso con los ojos abiertos. Este es su contenido; una estrella sale de Jacob, un cetro surge de Israel…
Hoy ya podemos asegurar de qué estrella se trataba: el mismo Hijo de Dios: Jesucristo. Pero va preparando con suavidad y generando un creciente deseo a través de las generaciones. Es su manera de educar los corazones para tan magno acontecimiento.
Sin embargo, a nosotros se nos presenta de lleno, cada doce meses, el misterio escondido durante siglos. Por reiterado, hoy corremos el riesgo de banalizar lo más sagrado y sorprendente de toda la historia. Puede “chocar con otras ofertas” inmediatas, exteriores pero que no son “ofertas” hacia nuestro interior: la sed de infinito, el deseo de poder tocar a Dios (humanado y hecho eucaristía), la redención de mi pecado, la autoridad de un representante de Dios a través de su Iglesia y tantos otros deseos íntimos del corazón.
Petición: Haz que me siga preparando Señor a tu venida, junto a tu Madre. Suscita en mí, hambre de Ti. Enséñame a hacer, en mi corazón, vacío de cosas, personas y mil historias que me entretienen y enredan para al final no desearte verdaderamente.
En el evangelio vemos a los sumos sacerdotes y ancianos (que representaban la verdad y autoridad) cuestionando a Jesús; “¿con qué autoridad actúas y quien te la ha dado?”
Al ver Jesús que sólo les movía un mero deseo de exigirle cuentas y una curiosidad malsana. O quizás para “darle un escarmiento público (dejarlo en ridículo)”, les devuelve una pregunta que les compromete. Como ellos no buscan la verdad, al ir a Jesús con taimadas intenciones, se quedan en eso: “no sé”.
¡Qué distinta es la reacción de Jesús al hablar de los sencillos!: “te doy gracias Padre porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla”.
Este evangelio, en este momento del Adviento nos invita a una actitud del corazón: dejarse enseñar por Jesús, desearle sin ambición. Si Él se hace pequeño, intentemos hacernos más pequeños (tarea imposible sin su gracia) para entenderle.
Puede ser un aviso: si no te abajas (con tu mente, con tus actos de servicio, con acallar la soberbia interna, con la humilde confesión, con la sencilla aceptación del otro, con…), no podrás reconocer mi venida.
Pidamos además ser avispados para reconocerle en personas que a nuestro lado viven la verdad del evangelio, nos muestran a Jesús. Quizás son pobres de dones y valores, incluso con defectos, pero el agua cristalina de la verdad circula en su ser y dejan “ver a Dios” por el fruto que produce en nosotros su vida.
Una de esas antorchas de la verdad fue Santa Lucía: con su negativa a adorar a falsos dioses y mancillar su pureza dio testimonio absoluto de su Dios con el martirio. A esta virgen valiente encomendamos nuestra oración y nuestra vida toda de seguidores del Maestro.