Está tan cerca el día de la Inmaculada con su Vigilia que me parece que este es el tema conveniente para la meditación. Concretamente nos vamos a concentrar en una escena de los compromisos.
Es la de Iñigo de Loyola en el monasterio de Montserrat. Triste coincidencia: él vasco y la escena en Cataluña. Anda que si tenemos que amar a todos los vascos y a todos los catalanes… Estamos en la noche de su vela de armas. Le han dejado estar en la Iglesia del monasterio, tiene ante sí la cúpula. La oscuridad entibiada por la luz del Sagrario y el altar de la Señora en el que cuelga su espada y su puñal. Ya son más honoríficos que efectivos pues en su tiempo ya disparaba el trabuco, pero representan su honor y su vida. Antes, bien brillantes, eran el distintivo de su hidalguía y representantes de su honor. Honor, terrible palabra que no se muy bien lo que significa pero siempre se me aparece ligada a humo, alta cátedra y soberbia. Eran la esencia de su vida. Eran la esencia de la de muchos de ellos, con frecuencia ligadas a una dama. Cuando a alguien le investían caballero, tras velarlas, se las otorgaban y se convertían en el centro de él mismo. Fueron el sentido de su vida y de su heroicidad en Pamplona y otros lugares. Ahora va a pasar una noche entera velando las nuevas armas: pobreza y apostolado, para con ellas consagrase al servicio de su DAMA. Humillantemente para su impetuosidad no aguanta toda la noche de rodillas y de vez en cuando se tiene que poner de pié y aún se adormece por momentos.
Le miras, le admiras, pides algo a la Señora para él, para los Jesuitas, para el P. Morales, para… y te arrastras hasta los pies de Jesús para llorarle.
Ahora te pones comparaciones. ¿Qué haría un cerrajero que con su ganzúa hubiese ayudado a muchos ciudadanos a abrir la puerta cuando se dejaron la llave dentro y hasta a la de alguno que no le pidió ese servicio? ¿Qué dejaría colgado del pozo? ¿De qué se vestiría después?
¿Qué dejaría el cirujano famoso preocupado por su plata y por ser de los mejores?
Y así te vas poniendo ejemplos para luego llegar al más importante de ellos: ¿Qué voy a dejar yo? Lo piensas, pides, lloras de nuevo y te sientes incapaz de pensar ni de ofrecer y pides a María que te lo arranque… pero con cuidado para que no te haga mucho daño, que eres débil.
Él lo hizo una vez y lo mantuvo y acrecentó a lo largo de su vida. Yo también lo he hecho, quizás varias veces, seguramente lo he ido aumentando, pero eso de entrega desde la raíz, poco. ¿Conseguiré la totalidad a base de estos empujones? No. A base de miserias ofrecidas. A base de infidelidades lloradas y ofrecidas. A base de una conciencia clara de estar muy lejos.
Imaginémonos que eres estudiante. ¿Qué será ofrecerle tus libros y tus ilusiones de ser el mejor? Él lo tiró todo, regalándole a un pobre hasta su ropa íntima. Incluso en lo exterior acabó su anterior vida. Se vistió la ropa vieja y sudada del mendigo y empezó de nuevas. Pero tú no puedes vender los libros en una tienda de segunda mano y meterte a jesuita. Seguramente que Dios no quiere eso de ti y ese no abandonar en lo exterior el mundo que te rodea, es un obstáculo para concienciarte de que quieres ser todo y sólo de Dios. Pero seguro que si que hay algo que puedes dar a los pobres y quedarte sin ello. Piensa, pide que te lo arranque.
Lee ahora los compromisos que vas a realizar formalmente. Son una cosa pequeña y que abarca sobre todo el exterior, pero es lo ahora puedes hacer.
¿Y después? Sin capa, sin espada, sin honor, se va con menos peso por la vida. Se corre más. Nos entregamos más. Disfrutamos más. Y dentro de unos pocos años, cuando nos encontremos con Jesús, le abrazaremos más fuerte, con menos lastre que nos tire para abajo y él nos querrá hasta lo más profundo. Más todavía.
¿Y para el pobre pardillo al que esto le diga poco? El Evangelio. ¿Tú crees que tienes que trabajar y esforzarte mucho más para que el mundo se acerque más a Dios? Léelo. Te dice: pobrecito, conseguirás muy poco. Pide al Señor de la mies que envíe obreros a su mies, que es suya y no tuya, que los convoca Él y no tú.