Hoy, segundo domingo de adviento, la Palabra de Dios pone ante nosotros la esperanza cristiana. Ponemos especial cuidado al entrar en la oración en favorecer las disposiciones que nos ayuden a esta esperanza:
Ser consciente de mi incapacidad total para orar
Pedir al Espíritu Santo la gracia de la oración, para que Él ore en mí.
Hacer silencio de imaginación, procurando no acallar mis deseos con “pequeñas esperanzas” que no son Dios.
Contemplar a la Virgen en Nazaret: Madre, en la soledad de Nazaret… contigo estoy solo u espero.
1.- “Aquel día, brotará un renuevo del tronco de Jesé, y de su raíz florecerá un vástago”
- Nuestra esperanza es Cristo. Mi esperanza para ser auténtica tiene que estar puesta sólo en Jesús.
- La esperanza se nutre de contemplar a Cristo, su forma de ser, de actuar y de amar. “No juzgará por apariencias; juzgará a los pobres con justicia”.
- Desear a Cristo en mi oración. Suplicarle: Ven, Señor, Jesús.
2.- “Todas las antiguas Escrituras se escribieron para enseñanza nuestra, de modo que mantengamos la esperanza”
- Puedo saborear despacio la profecía de Isaías en la primera lectura.
- Que en este adviento recurra con mayor asiduidad aún a la Palabra de Dios. sea Nuestra esperanza es Cristo. Mi esperanza para ser auténtica tiene que estar puesta sólo en Jesús.
3.- «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos.»
- La conversión consiste en abrirse a la acción de Dios, en hacernos capaces de recibir sus promesas. Se me pide, pues, „conviértete‟.
- La penitencia y la austeridad, al desprenderme de otras seguridades que no son Dios, me predisponen para la conversión. En el Evangelio vemos a Juan llevando “un vestido de piel de camello, y alimentándose “de saltamontes y miel silvestre”. Revisar detalles concretos de austeridad y penitencia que me puedan ayudar en este Adviento.
- Pero la conversión es, también y sobre todo, un don que tengo que pedir. Dios e capaz de sacar hijos de Abrahán aun debajo de las piedras
3.- María es “Esperanza nuestra”. La invocamos con palabras del Papa en su encíclica sobre la esperanza:
“Santa María, tú fuiste una de aquellas almas humildes y grandes en Israel que, como Simeón, esperó « el consuelo de Israel » y esperaron, como Ana, « la redención de Jerusalén » Tú viviste en contacto íntimo con las Sagradas Escrituras de Israel, que hablaban de la esperanza, de la promesa hecha a Abrahán y a su descendencia. Así comprendemos el santo temor que te sobrevino cuando el ángel de Dios entró en tu aposento y te dijo que darías a luz a Aquel que era la esperanza de Israel y la esperanza del mundo. Por ti, por tu « sí », la esperanza de milenios debía hacerse realidad, entrar en este mundo y su historia. Tú te has inclinado ante la grandeza de esta misión y has dicho «sí»: «Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra »” (Benedicto XVI, Spe Salvi).