- Primera lectura: Las relaciones familiares constituyen una de esas áreas en las que, según el Eclesiástico, se tiene ocasión de practicar la devoción a Dios. En concreto, aquí se refiere a las actitudes que han de observar los hijos con sus padres. El cuarto de los diez mandamientos era muy importante en el judaísmo tardío (ver Prov 19, 26; Rut 1, 16; Tob 4, 3-4).
Además de pertenecer a la naturaleza de las cosas, el derecho paterno sobre los hijos está refrendado por Dios; y la Biblia asocia siempre a la madre a la autoridad del padre: "Honra a tu padre y a tu madre, para que se prolonguen tus días sobre la tierra, que Yahveh tu Dios te va a dar" (Ex 20, 12). El anciano Tobías se dirige a su hijo en estos términos: "honra a tu madre y no le des un disgusto en todos los días de tu vida; haz lo que le agrade y no le causes tristeza por ningún motivo. Acuérdate, hijo, de que ella pasó muchos trabajos por ti cuando te llevaba en su seno" (/Tb/04/03-04). Además de recibir el contento de sus propios hijos, el que honra a su padre ve atendidas sus plegarias cuando en momentos de necesidad se dirige a Dios. Los últimos versículos especifican de una manera más concreta el amor y la veneración que se debe a los padres. - Salmo responsorial: Este salmo lo cantaban los peregrinos que iban caminando hacia Jerusalén. Desde los 12, cada año, Jesús "subió" a Jerusalén con motivo de las fiestas, y entonó este canto. La fórmula final es una "bendición" que los sacerdotes pronunciaban sobre los peregrinos, a su llegada: "Que el Señor te bendiga desde Sión, todos los días de tu vida...". Se resalta la "felicidad en familia", de una familia modesta, donde se practica la piedad (la adoración religiosa... la observancia de las leyes...), el trabajo manual (aun para el intelectual, constituía una dicha, el trabajo de sus manos), y el amor familiar y conyugal...
El pensamiento bíblico afirma que Dios nos hizo para la felicidad, desde aquí abajo... ¿Por qué acomplejarnos si estamos felices? ¿Por qué más bien, "no dar gracias", y desear para todos los hombres la misma felicidad?... Sigue siendo verdad en el fondo, que el justo (el que busca la “justicia”, o sea, la santidad) es el más feliz de los hombres, al menos espiritualmente, en el fondo de su conciencia: "¡feliz, tú que adoras al Señor!" - Segunda lectura: Después de haber recordado que, por el bautismo, nos hemos despojado del "hombre viejo", Pablo explica a los cristianos de Colosas en qué consiste el "vestido" propio del "hombre nuevo": en unos sentimientos que, de hecho, son los mismos sentimientos de Cristo Jesús; y va haciendo una gradación hasta llegar al perdón, el amor, y sobre todo la gratitud.
El agradecimiento es una característica básica del cristiano, que es repetida con insistencia en el párrafo siguiente. ¡Cuánto tenemos que agradecer a Dios...! Aunque se nos pase el rato de oración agradeciendo los dones de Dios, sería poco dicho tiempo para ser conscientes de los dones recibidos. - Evangelio:
El evangelio de San Mateo ofrece hoy el esquema bíblico de orden-cumplimiento: «Levántate, coge al niño y a su madre y huye a Egipto» José dispuesto a la orden, escuchó a Dios; creía, confiaba en Dios. La disposición a Dios es la actitud continua, según Mateo, de la Sagrada Familia. Y esa la que debe seguir la familia cristiana.
El profeta Oseas pone en boca de Yahvé estas palabras: "Cuando Israel era un niño, yo le amé, y de Egipto llamé a mi hijo" (Os 11,1), en referencia al éxodo de Israel en el comienzo de su historia. Mateo aplica la cita a Jesús porque, según la creencia generalizada en el judaísmo, el tiempo del Mesías reactualizaría el tiempo de Moisés. El evangelista, por tanto, está afirmando que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios por excelencia, que corre la misma suerte que el pueblo al que viene a salvar.
El evangelista resalta que en Cristo se han cumplido todas las promesas, porque Jesús es para S. Mateo el libertador del pueblo. Jesús es el Siervo de Yahvé anunciado por Isaías, el Siervo marcado por la persecución y el sufrimiento desde el comienzo de su vida. Jesús es el "vástago del tronco de Jesé", nacido en Belén de Judá lo mismo que David. Jesús viene a restaurar de un modo inesperado el trono de David su padre. La descendencia de David vive oculta y perseguida por el tirano Herodes, que ha usurpado el trono y que se empeña en retenerlo luchando vanamente contra los designios de Dios. Pero Dios está con Jesús y lo protege, Dios mismo hará que se cumplan todas sus promesas, no obstante la resistencia de cuantos se oponen a su plan providencial.
¡Cuántas cosas tenemos que aprender de aquellos años de vida oculta de la Sagrada Familia! Recordemos ese crecimiento de Jesús en sabiduría y gracia ante Dios y los hombres y aprendamos el ejemplo de la Sagrada Familia en la práctica de las virtudes que nos enseña: bondad, humildad, caridad, laboriosidad... Recordamos al Papa Juan Pablo II: “La familia es la primera comunidad de vida y amor, el primer ambiente donde el hombre puede aprender a amar y a sentirse amado, no sólo por otras personas, sino también y ante todo por Dios.” (Encuentro con las Familias en Chihuahua 1990). Y, en su Carta a las Familias añadía, que es necesario que los esposos orienten, desde el principio, su corazón y sus pensamientos hacia Dios, para que su paternidad y maternidad, encuentren en Él la fuerza, para renovarse continuamente en el amor. Recordemos que “la salvación del mundo vino a través del corazón de la Sagrada Familia”.
Oración final:
Sagrada Familia de Nazaret, comunión de amor de Jesús, María y José,
modelo e ideal de toda familia cristiana, a ti confiamos nuestras familias.
Haz de cada familia un santuario en el que se acoja y se respete la vida: una comunidad de amor abierta a la fe y a la esperanza, un hogar en el que reinen la comprensión, la solidaridad; y en el que se viva la alegría de la reconciliación y de la paz.
Concédenos que todas nuestras familias tengan una vivienda digna en la que nunca falten el pan suficiente y lo necesario para una vida verdaderamente humana.
Abre el corazón de nuestros hogares a la oración, a la acogida de la Palabra de Dios y al testimonio cristiano; que cada una de nuestras familias sea una auténtica Iglesia doméstica en la que se viva y se anuncie el Evangelio de Jesucristo. Amén.