En nuestra oración de hoy comenzamos especialmente con la primera lectura. Una auténtica carta de amor que Dios nos envía en este Adviento que ya va avanzando.
'Con misericordia eterna te quiero'.
Y a la vez podemos leer el Evangelio en el que Jesús nos habla de Juan el Bautista y de su reciedumbre.
¿Qué salisteis a contemplar en el desierto? ¿Una caña sacudida por el viento?
Ternura y firmeza se conjugan en el Adviento, en la vida, en Dios. La ternura de un Dios que se hace niño. La fuerza y la debilidad unidas en una misma carne. Nosotros, también sentimos a la vez la fuerza en nosotros y la debilidad; la fuerza de Dios en nuestra debilidad; la gracia de Dios en nuestros pobres intentos.
¿Cómo vamos en este Adviento viviendo estas dos dimensiones de nuestra vida: ternura y reciedumbre? ¿Cómo nos preparamos a la venida del Señor cultivando la ternura, viviendo la fortaleza?
Las carmelitas lo hacen con un gesto muy especial: una cuna vacía está en su capilla presente durante todo el Adviento. Es una cuna sin nada, ni siquiera tiene paja. Serán las carmelitas las que con sus pequeños sacrificios vayan preparando la cuna. Cada sacrificio coloca una pajita. Y así van preparando la cuna para que cuando llegue el niño tenga, al menos, un lecho de paja donde recostarse, y no la dura madera.
Es la ternura de estas madres y la fortaleza de ánimo para hacer sacrificios.
En mi oración de hoy puedo ver cómo voy viviendo esta dimensión del Adviento, de espera tierna, de añoranza de ese amor, y de preparación del corazón.
Hago balance de mi adviento.
Y si veo que todavía no he preparado mi corazón, que no me he puesto en marcha aun, hago silencio, siento mi debilidad, pido perdón y acojo la ternura de Dios que me conoce mi debilidad, pero que me anima a seguir luchando. Santidad por las miserias, sin pactar con ellas. Ternura y fortaleza. Forja de hombres y manos vacías. Granito y musgo. Y siempre, en todo, el Amor de Dios.