En el 7º día después de Navidad, como para enmarcar todos los sentimientos e ideas que este 31 de diciembre nos sugiere, la Iglesia nos presenta de nuevo el evangelio de la Misa de Navidad:
“La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros”
Para que no perdamos de vista lo esencial en estos días de fiesta, celebración y alegría: el gran misterio de nuestra salvación. Que
“Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, cuando estábamos muertos por nuestros pecados” (Ef 2,4) “entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna” (Jn 3, 16).
La Palabra es Jesucristo. Saborear con suavidad lo que nos dice el Evangelio: Jesucristo es Dios, por medio de Él se hizo todo, en Él hay vida, vida que es nuestra luz, luz verdadera que nos alumbra, que vino al mundo y en el mundo está, que vino a nuestra casa…
Y “la tiniebla no la recibió”, “el mundo no la conoció”, “los suyos no la recibieron”.
Palabras que nos deben hacer pensar. Al ponernos en oración, pedir luz al Espíritu Santo, y hacer balance. Es un buen día para hacerlo, al final de todo un año.
Este año, ¿he descubierto el paso de Jesús por mi vida?, ¿soy consciente de esa luz que en tantos momentos ha iluminado mi corazón?, ¿le he “conocido” realmente? Y, sobre todo, lo más importante, ¿le he recibido en mi corazón?, ¿le he abierto realmente las puertas de mi alma?, ¿me he entregado a Él incondicionalmente?
Renovar, junto al corazón palpitante de María, todos los deseos que Él ha ido sembrando en mi corazón a lo largo del año.
Una buena forma de hacerlo es dándole gracias. Porque al final de cada año es una obligación de gratitud el recordar y enumerar en la oración todos sus beneficios, y darle gracias tranquilamente por todos y cada uno de ellos.
Nos puede ayudar esta oración que escribió Pablo Cervera, que he sacado del Magnificat de diciembre.
La titula: “Oración de fin y principio de año”, y escribe:
Señor, Dios, dueño del tiempo y de la eternidad, tuyo es el hoy y el mañana, el pasado y el futuro. Al terminar este año quiero darte gracias por todo aquello que recibí de Ti.
Gracias por la vida y el amor, por las flores, el aire y el sol, por la alegría y el dolor, por cuanto fue posible y por lo que no pudo ser.
Te ofrezco cuanto hice en este año, el trabajo que pude realizar y las cosas que pasaron por mis manos y lo que con ellas pude construir.
Te presento a las personas que a lo largo de estos meses amé, las amistades nuevas y los antiguos amores, los más cercanos a mí y los que están más lejos, los que me dieron su mano y aquellos a los que pude ayudar, con los que compartí la vida, el trabajo, el dolor y la alegría.
Pero también, Señor, hoy quiero pedirte perdón, perdón por el tiempo perdido, por el dinero mal gastado, por la palabra inútil y el amor desperdiciado.
Perdón por las obras vacías y por el trabajo mal hecho, y perdón por vivir sin entusiasmo.
También por la oración que poco a poco fui aplazando y que hasta ahora vengo a presentarte.
Por todos mis olvidos, descuidos y silencios nuevamente te pido perdón.
Ante el nuevo calendario aún sin estrenar, te pido para mí y los míos la paz y la alegría, la fuerza y la prudencia, la claridad y la sabiduría.
Quiero vivir cada día con optimismo y bondad, llevando a todas partes un corazón lleno de comprensión y paz.
Cierra Tú mis oídos a toda falsedad y mis labios a palabras mentirosas, egoístas, mordaces o hirientes.
Abre en cambio mi ser a todo lo que es bueno, que mi espíritu se llene sólo de bendiciones y las derrame a mi paso.
Cólmame de bondad y de alegría para que cuantos conviven conmigo o se acerquen a mí encuentren en mi vida un poquito de Ti.
Y podemos terminar diciendo solamente: ¡¡Gracias por todo, Señor!!