“Cielos, destilad el rocío; nubes, derramad la victoria; ábrase la tierra, y brote la salvación, y con ella germine la justicia”. Iniciemos nuestra oración con el deseo de la venida del Señor, haciendo nuestras estas palabras de Isaías que la Iglesia ha convertido en la más popular de las antífonas del Adviento. El Mesías esperado viene del cielo y brota de la tierra a la vez: es Dios y hombre; el cielo y la tierra se han encontrado en el seno purísimo de la doncella de Nazaret, María. Pongámonos junto a Ella para aprender a acoger en silencio y escucha la Palabra de Dios que fecunde nuestra vida en este día.
«¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?». La pregunta de Juan bautista a Jesús es una pregunta actual: ¿es Jesús el Mesías que tenía que venir a transformar el mundo? Una pregunta que la humanidad hace a la Iglesia de hoy: ¿es Jesucristo la esperanza del hombre?
“Id a anunciar a Juan lo que habéis visto y oído”. Jesús no responde con un discurso, ni con teorías sobre su persona, sino que responde desde la vida, invitando a ver los signos que su presencia realiza en el mundo: los ciegos ven, los cojos andan, los sordos oyen… Del mismo modo, ante un mundo que nos pregunta si Jesús es el salvador, no podemos ir con palabras sino mostrarles los signos que su venida ha realizado en nosotros. Obviamente, ésta toda la labor caritativa de la Iglesia, volcada en atender todas las necesidades de una humanidad dolorida: desde el leproso y el enfermo de sida hasta el anciano desamparado, pasando por el niño de la calle y la madre desprotegida. Todo esto está ahí para el que lo quiera ver y hay que darlo a conocer. Pero, ¿cuáles son los signos que yo puedo ofrecer en mi vida a los que me rodean?
“A los pobres se les anuncia el Evangelio”. Hay un signo que delata la presencia de Jesús: la alegría. Cuando hemos abierto el corazón a Cristo, el desierto de nuestra vida ha florecido: nuestros ojos han empezado a ver el sentido luminoso de todo, la lepra de nuestros pecados ha desaparecido, nuestros pies paralizados por el egoísmo han empezado a caminar hacia las necesidades de los demás, nuestros oídos han empezado a escuchar una Palabra de vida… En nuestra pobreza, la Buena Noticia del Amor infinito de Dios manifestado en Jesús nos ha hecho hijos de la libertad. Ningún problema o dificultad ha logrado vencer la Buena Noticia. Hace poco le escuchaba a una persona rodeada de muchos problemas gordos: “nunca he tenido tantos problemas y, sin embargo, nunca he sido tan feliz”. La culpa de esta felicidad: Jesucristo.
“Y dichoso el que no se escandalice de mí”. Nos conmueve y provoca ver personas que tendrían que estar afligidas por causa de la enfermedad, la pobreza, la soledad… y cuya fe es una fuente de gozo y de paz. Y es que Jesús es amigo que nunca falla, que se ha hecho hermano nuestro para compartir nuestra pobreza y así darnos su riqueza. Meditemos estas palabras de Pablo VI sobre el misterio de Cristo:
“El Verbo de Dios, Dios mismo, se ha manifestado con aspecto humano. Maravilla de las maravillas; Él se ha manifestado en los rasgos más pequeños y más humildes, en el silencio, en la pobreza, niño, joven después, posteriormente artesano, y finalmente, Maestro y Profeta, capaz de dominar milagrosamente las cosas y los sufrimientos humanos, la misma muerte, y de presentarse bajo la perspectiva preparada desde siglos, la de Mesías y, más, que Hijo del hombre, Hijo de Dios, el Cordero expiador de todos los pecados humanos presentados en su redención, el Salvador, el Resucitado para el Reino de Dios y para el siglo futuro”.