Nos estamos acercando al acontecimiento cristiano más importante de la primera parte del año litúrgico: El Nacimiento de Jesús.
A partir de hoy, se han colocado lecturas propias del día aunque no se hayan agotado las de los cuatro domingos de Adviento. Esto nos indica la importancia que pone la Iglesia con una semana de preparación por delante de la fecha, cosa que no ocurre en el resto del año.
Con esto nos da a entender cómo debemos intensificar nuestra preparación y lo grandioso de lo que vamos a celebrar. Hay que desbordar de gozo como lo hacía María en Nazaret esperando al que tenía que llegar deseado de todo el Antiguo Testamento, los profetas y sobre todo de Juan Bautista el último.
Los comienzos de las misas de estos días, las antífonas son como telegramas, ahora diríamos correos, instantáneas que nos ponen en guardia ante una gran noticia. Vamos a poner algunas que nos ha puesto estos días:
“El Señor viene con esplendor a visitar a su pueblo, con la paz y comunicarle la VIDA ETERNA”
“Exulta cielo; alégrate tierra, porque viene el Señor y se compadecerá de los desamparados”.
“El Señor viene para salvarnos”.
“Tú, Señor estás cerca y todos tus mandatos son estables; hace tiempo comprendí tus preceptos, porque existes desde siempre.”
“El Señor llegará sin retrasarse, él iluminará las tinieblas y se manifestará a todos los pueblos.”
“Vendrá el Señor y con él todos sus santos; aquel día brillara una gran luz.”
Escuchad. Pueblos, anunciad en los confines de la tierra: Mirad a nuestro salvador que viene: no temáis”.
Y acabo con la del tercer domingo que es preciosa: “Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito: estad alegres. El Señor está cerca.” Pero para cada día tiene. ¿Por qué esa insistencia? ¿Qué pretende la liturgia darnos a entender? Ponernos en espera anhelante; una expectativa gozosa que nos trae la felicidad de los hijos de Dios. Esa espera de la que nos hablaba Benedicto XVI el miércoles pasado: El hombre está vivo mientras espera. Hay esperas que se parecen, la de un hijo por un matrimonio de recién casados, un pariente lejano, un salido de la cárcel,…
Nos viene a decir el Papa que la estatura del hombre se mide por la altura de su espera.
Pensemos: ¿Cómo es nuestra espera? ¿Cómo preparamos su venida? ¿Ofrecemos esas pajillas de austeridad, sacrificios, negarse a si mismo, cumplir con las tareas de estudio ahora que llegan los exámenes, apostolado con nuestros mensajes llenos de contenido, al pesebre donde va nacer?
¡Oh Sol naciente, Esplendor de la luz eterna
Y Sol de justicia,
Ven a iluminar a los hombres que yacen en sombras de muerte!
VEN PRONTO, SEÑOR, ¡VEN, SALVADOR!