Al comenzar hoy la oración, ensanchemos nuestra alma por medio de la fe, la esperanza y el deseo para que en este tiempo de encuentro personal con el Padre en Cristo Jesús escuchemos su voz, los latidos de su corazón y con su gracia nos preparemos a vivir estos días de adviento con renovada ilusión y fruto espiritual.
Nos puede ayudar para caer en la cuenta de la presencia del Señor, imaginarnos que escuchamos el timbre de nuestra casa y…, “Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, Yo entraré y cenaré con él, y él Conmigo” (Ap 3,20).
El primer personaje que presenta la liturgia de adviento es al profeta Isaías, hoy en la primera lectura (Is 26, 1-6) el profeta habla al pueblo de Israel que pasa una tremenda crisis y le habla con palabras de esperanza: “Confiad siempre en el Señor, porque el Señor es la roca perpetua”.
En el Evangelio (Mt 7, 21.24-27), Jesús hablando a sus discípulos les pone una sencilla comparación para salir airosos en tiempos difíciles, como los nuestros. “El que escucha mis palabras y las pone en práctica se parece a aquel hombre que edificó su casa sobre roca”. Construir, por ejemplo una casa, es una tarea importante y delicada que debemos cuidar con gran esmero. De lo contrario corremos el riesgo de que se nos venga encima y nos aplaste o que tengamos que abandonarla porque hace aguas por todas partes. Por ello debemos construir sobre sólidos cimientos, sobre roca y no sobre arena movediza.
La roca de la que habla Jesús es su propia Palabra, es decir, Él mismo. Esta Palabra –fundamento inamovible- es la que puede y debe iluminar nuestras ideas y decisiones, nuestros criterios a la hora de juzgar y de decidir. Así apoyados en esta Roca podremos superar con éxito las dificultades de la vida, los vientos de ideologías contrarias al Evangelio, las aguas torrenciales de pasiones que se desatan en cada hombre y que amenazan con ahogarlo, los ríos y avalanchas del pesimismo, o de la falta de sentido de la vida, o del miedo paralizante del bien, peligros todos que pueden echar por tierra nuestra existencia.
En estos días de adviento que la Iglesia nos regala podemos hacer el propósito de leer, meditar y orar las Sagradas Escrituras. Acojámoslas de tal manera que toquen nuestro corazón y lo conviertan al Señor.
En María encontramos la discípula atenta que supo escuchar la Palabra de Dios, acogerla en su corazón y ponerla por obra. Por ello, María es discípula y misionera por excelencia. Pidámosla fuerza para anunciar con valentía la Palabra en la tarea de la nueva evangelización, para ser testigos de esperanza en medio de un mundo que no cree y en muchos casos que está de espaldas a Dios.
Terminemos, pues la oración con un coloquio a Nuestra Señora. Elijo para ello algunas frases del P. Morales: “¡Santa María del Adviento, contigo quiero vivir con intensidad creciente esta expectativa anhelante! Corazón Inmaculado de María, prepara en nuestros corazones los caminos del Señor! Dios te salve, María… llena de gracia,…