Hoy nuestra oración la hacemos sobre esta frase que Isabel le dice a su prima, a María.
¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?
Isabel tenía con María plena confianza. Era su familiar, y era además mucho más joven que ella. ¡Hasta podía ser su hija! Seguro que la había visto crecer y habría jugado de niña con ella, quizás secretamente añorando que fuese su hija, ya que ella no podía tener hijos... Ahora, hecha ya una mujer, venía a su casa y la confianza y amistad seguía viva entre las dos.
Pero Isabel, por una moción del Espíritu, cae en la cuenta de la nueva dignidad de su prima: es la Madre de Dios, del Rey del Universo. Y como a madre del Rey la trata. Y se ve indigna de que se acerque a su casa.
Y nos preguntamos: ¿Creo que me merezco yo a la Virgen? Ciertamente no por mi dignidad o mis virtudes. Sabemos que su amor es gratuito. Pero no podemos caer en la idea de que 'nos lo merecemos', de que 'nos corresponde'. La gratuidad es uno de los rasgos del amor. Pero esa gratuidad implica también la certeza de que no me merezco el don. Que es un regalo inmerecido. Y eso nos debe ocurrir con la Virgen en nuestra vida.
Contemplémosla hoy en la Visitación desde esta perspectiva.
Y tengamos un coloquio confiado con nuestra madre esperando la navidad que ya llega.
'Madre, no te merezco, pero te necesito'.