El
Padrenuestro. La oración que Jesús mismo nos enseñó. El sentido global de
lo que se pide en la misma es "venga tu reino", lo que equivale a una
renuncia a todas las pequeñas peticiones que suelen poblar nuestras oraciones
en favor de una aspiración de verdaderos hijos. "Santificado tu
nombre" es un reconocimiento de quién es Dios. "Venga tu reino"
es el deseo máximo, único y unificador, lo que jerarquiza todos los demás
valores y hace que "bueno/malo", "deseable/temible"
adquieran un sentido diferente. "Danos cada día nuestro pan de
mañana" es una fórmula compleja, que tiene poco que ver con la
subsistencia material y mucho con la confianza en Dios y la petición del
alimento espiritual. Aspirar al perdón ofreciendo como justificación nuestra
propia actitud de perdonar es una formidable inversión de la realidad: en
realidad, nosotros perdonamos porque nos sentimos perdonados; nuestro perdón es
respuesta. En esta "petición" manifestamos por tanto que vivimos en
el perdón, en la reconciliación, hacia Dios y entre nosotros. Y al final se
manifiesta nuestra desconfianza en nuestras propias fuerzas, rogando a Dios que
no nos ponga a prueba, porque sabemos de nuestra debilidad.
Por tanto,
esta oración, que aparentemente es de petición, se transforma en una oración de
aceptación. Y su resumen es la fórmula que, precisamente, falta en Lucas y se
incluye en Mateo: "Hágase tu voluntad". Fórmula que tampoco es una
petición (por supuesto que la voluntad de Dios se hace) sino una aceptación.
El
Padrenuestro es por tanto la oración de los hijos; sólo un espíritu filial
puede orar así. Es una oración mucho que supone mucho más que una serie de
peticiones, pues es una profesión de fe, una confesión pública de nuestra
relación con Dios y con los demás.
Con razón la
ha colocado la Iglesia como antesala de la comunión. Si por el bautismo nos
adherimos a Jesús crucificado para el mundo, en la comunión lo hacemos nuestro
alimento y nuestra bebida. Comulgamos - todos juntos - con Jesús para renovar
el Espíritu, para renovar nuestra comunión, nuestro espíritu filial, nuestro
compromiso fraterno. Y todo ello se expresa en esa profesión de fe que
recitamos juntos antes de comulgar con Jesús.
Por otra
parte, sabemos que nuestro espíritu no es tan puro; sabemos que mentimos cuando
proclamamos que queremos sólo el Reino, que aceptamos toda Su voluntad y que
perdonamos como Dios perdona. Cuando pedimos a Dios lo que nos apetece no
recitamos el Padrenuestro; le pedimos suerte, dinero, salud, éxito, consuelo...
Es evidente que si un hada maravillosa nos permitiera formular tres deseos,
estos no serían "santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu
voluntad"...
Para rezar el
Padrenuestro necesitamos elevarnos por encima de la mediocridad y hacer un acto
consciente de que somos hijos, constructores del Reino, y de cuáles son los
valores supremos del reino. Recitar el Padrenuestro es un fuerte desafío a la
mediocridad de nuestra fe. Pero lo profesamos así avalados por el mandato de
Jesús. Porque Él nos dijo que orásemos así, por eso, sólo por eso nos
atrevemos a decir...
¿No sería
necesario que recitásemos con más consciencia el Padrenuestro?