5 junio 2016. Domingo de la décima semana de Tiempo Ordinario (Ciclo C) – Puntos de oración

El Señor nos llama y nos reúne en torno a sí hoy a todos los cristianos del mundo. Un Domingo es siempre un día de fiesta y alegría para los cristianos, por eso me gusta siempre destacar un “¡feliz domingo!” cuando hablo con alguien en Domingo. Si algo nos recuerda este Papa es que el cristiano debe ser una persona alegre, celebramos a un Dios que es Amor, que nos quiere con locura y que siempre está a nuestro lado cuando le necesitamos, en las buenas y en las malas. ¿Se puede pedir un amigo mejor? Así que el símbolo del cristiano debe ser la alegría, ¡y más en Domingo! Luego, primera conclusión hoy: vivamos con gran alegría este precioso Domingo que el Señor nos regala.
Segundo, parece que se nos ha acabado la Pascua y el mes de Mayo y ya, con el ajetreo del curso, se nos ha acabado lo importante y toca ese “tiempo ordinario” que es precisamente en el que nos toca vivir este Domingo. Es cierto que todavía recordamos, y podemos ponerlo frente al Señor en este día en la Eucaristía, las mieles de estos días cercanos: el Corazón de Jesús y el Inmaculado Corazón de María. Pero debemos vivir el tiempo ordinario como lo central de nuestra vida, es en la constancia donde se mide el valor de los héroes, y es aquí donde nos jugamos la vida, en el “tiempo ordinario”. Esto no significa que el Señor no nos esté constantemente enviando regalos cada día, al revés, sigue regalándonos sin mesura su Amor misericordioso. Es entonces, como siempre, un momento perfecto para hacer balance de la semana y presentarle al Señor en la Eucaristía los dones y gracias, junto con las penas y miserias, que esta semana hemos vivido.
Y tercero y último, saboreemos bien las lecturas de este día. Que nos interpele la pregunta de la mujer a Isaías: «¿Qué tienes tú que ver conmigo? ¿Has venido a mi casa para avivar el recuerdo de mis culpas y hacer morir a mi hijo?». ¿No somos nosotros así con Dios a veces? ¿Se merece nuestra desconfianza? Pidamos perdón entonces por las veces que no confiamos en Dios y su Providencia lo suficiente. Que hagamos nuestro el salmo: “Señor, sacaste mi vida del abismo, me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa.” Y que el Evangelio, la buena nueva que se nos proclama este Domingo, nos haga comprender el Corazón de Jesús, que se conmueve al ver al prójimo sufriente y le ayuda: “Al verla el Señor, le dio lástima y le dijo: «No llores.»”. No le recuerda nada, simplemente consuela. Cómo diría el Señor ese “No llores”, con qué ternura, pongámonos en ese lugar y contemplemos la escena para que nos acompañe durante la semana próxima.

Y que no olvidemos nunca eso que S. Pablo nos recuerda con tanto tino: “el Evangelio anunciado por mí no es de origen humano; yo no lo he recibido ni aprendido de ningún hombre, sino por revelación de Jesucristo.”

Archivo del blog