El Señor nos
llama y nos reúne en torno a sí hoy a todos los cristianos del mundo. Un
Domingo es siempre un día de fiesta y alegría para los cristianos, por eso me
gusta siempre destacar un “¡feliz domingo!” cuando hablo con alguien en
Domingo. Si algo nos recuerda este Papa es que el cristiano debe ser una
persona alegre, celebramos a un Dios que es Amor, que nos quiere con locura y
que siempre está a nuestro lado cuando le necesitamos, en las buenas y en las
malas. ¿Se puede pedir un amigo mejor? Así que el símbolo del cristiano debe
ser la alegría, ¡y más en Domingo! Luego, primera conclusión hoy: vivamos con
gran alegría este precioso Domingo que el Señor nos regala.
Segundo,
parece que se nos ha acabado la Pascua y el mes de Mayo y ya, con el ajetreo
del curso, se nos ha acabado lo importante y toca ese “tiempo ordinario” que es
precisamente en el que nos toca vivir este Domingo. Es cierto que todavía
recordamos, y podemos ponerlo frente al Señor en este día en la Eucaristía, las
mieles de estos días cercanos: el Corazón de Jesús y el Inmaculado Corazón de
María. Pero debemos vivir el tiempo ordinario como lo central de nuestra vida,
es en la constancia donde se mide el valor de los héroes, y es aquí donde nos
jugamos la vida, en el “tiempo ordinario”. Esto no significa que el Señor no
nos esté constantemente enviando regalos cada día, al revés, sigue regalándonos
sin mesura su Amor misericordioso. Es entonces, como siempre, un momento
perfecto para hacer balance de la semana y presentarle al Señor en la
Eucaristía los dones y gracias, junto con las penas y miserias, que esta semana
hemos vivido.
Y tercero y
último, saboreemos bien las lecturas de este día. Que nos interpele la pregunta
de la mujer a Isaías: «¿Qué tienes tú que ver conmigo? ¿Has venido a mi casa
para avivar el recuerdo de mis culpas y hacer morir a mi hijo?». ¿No somos
nosotros así con Dios a veces? ¿Se merece nuestra desconfianza? Pidamos perdón
entonces por las veces que no confiamos en Dios y su Providencia lo suficiente.
Que hagamos nuestro el salmo: “Señor, sacaste mi vida del abismo, me hiciste
revivir cuando bajaba a la fosa.” Y que el Evangelio, la buena nueva que se nos
proclama este Domingo, nos haga comprender el Corazón de Jesús, que se conmueve
al ver al prójimo sufriente y le ayuda: “Al verla el Señor, le dio lástima y le
dijo: «No llores.»”. No le recuerda nada, simplemente consuela. Cómo diría el
Señor ese “No llores”, con qué ternura, pongámonos en ese lugar y contemplemos
la escena para que nos acompañe durante la semana próxima.
Y que no
olvidemos nunca eso que S. Pablo nos recuerda con tanto tino: “el Evangelio anunciado
por mí no es de origen humano; yo no lo he recibido ni aprendido de ningún
hombre, sino por revelación de Jesucristo.”