Os propongo comenzar la oración
con el salmo 24. Después de ponernos en la presencia del Señor y de ofrecernos
a Él por medio del Corazón Inmaculado de la Virgen, saboreamos el salmo que nos
propone la liturgia del día:
Señor, enséñame tus caminos
Señor, enséñame tus caminos,instrúyeme en tus sendas,haz que camine con lealtad;enséñame porque tú eres mi Dios y Salvador.
Este salmo además nos sugiere una serie
de interrogantes que sin inquietud nos podemos plantear junto a Jesús: ¿Qué
quieres, Señor de mí? ¿Cómo quieres que te siga, Señor? ¿Voy bien o debo
cambiar mi sendero?
Pablo, a su discípulo y amigo Timoteo le
escribe desde la cárcel de Roma animándole desde su experiencia de fe y dolor.
Por Cristo estoy sufriendo, hasta llevar cadenas como un malhechor. El
camino difícil de Pablo está trazado sobre el pavimento de Cristo; de Cristo
pobre, varón de dolores y resucitado. Pablo no es un pesimista ni un perdedor,
sabe bien de Quién se fía y de una cosa está totalmente seguro “si
morimos con Él, viviremos con él”. Y podríamos decirlo también al revés, si
vivimos con Él moriremos con Él. Se trata de estar identificados con Jesús,
pero, ¿está nuestra vida tan identificada con Cristo? La oración de cada día y
la gracia de Dios que nunca nos falta nos ayudan a esa fidelidad que Jesús nos
pide y que es reflejo de la suya. “Si somos infieles, el permanece
fiel, porque no puede negarse a sí mismo”.
Ayer comenzábamos el mes de junio,
dedicado al Sagrado Corazón de Jesús, pues vamos a quedarnos dentro de este
amantísimo Corazón. Ahora en este ratito de oración-contemplación y
durante todo su mes. Qué bien nos lo decía Abelardo cuando hablaba de Jesús,
especialmente en este mes de junio, y es que de la abundancia del corazón habla
la boca.
“Tienes muy cerquita a la Madre
Virgen. Y el Corazón de Jesús vive dentro de ti. Él te ama muchísimo y por eso
realiza esas cosas en ti. Él es tu fuerza, tu vida, tu amor, tu gozo y tu apoyo
en las miserias que nunca nos faltan para que seamos humildes y no podamos
atribuirnos ningún mérito propio”.
“Abrazar las miserias y hacerse
pequeño supone intentar mantener a diario nuestro amor a los Corazones de Jesús
y María. No desentenderse por nada. Recordar cada día que el Corazón de Jesús
me amó y se entregó a la muerte por mí”.
“Y el Corazón de María ve en nosotros el
Dios que vive en unidad de inmenso amor, y nos sostiene junto a Él a pesar de
nuestras pequeñeces y miserias”.
“No te desaliente nada ni nadie. Sería
muy doloroso para el Corazón de Jesús si en alguna ocasión llegáramos a pensar
que nuestra miseria es mayor que su misericordia.
“La devoción al Corazón de Jesús es al
Amor que es ofendido y pide reparación. Es el Amor que llega a todos, pide
nuestra cruz de cada día, única fuente de vida y apostolado”.
(Abelardo de Armas)