Querría detenerme en algunas palabras del Evangelio de hoy que se nos
pueden escapar fácilmente y que creo que, fijándonos en ellas, les podemos
sacar bastante jugo para nuestra contemplación.
Comienza diciendo: “Al ver Jesús el gentío”. Había muchas
personas admirándose de lo que escuchaban a Jesús y veían hacer; pongamos
varios cientos de personas, quizás hasta miles. ¡Era tal atractivo el que
producía Jesús, que no podían remediar acercarse hacia su Luz, que irradiaba
Verdad! Y Jesús observa a esta multitud, que quiere encontrar el sentido de su
vida, y que busca desesperadamente en cantidad de cosas que no les da la
felicidad plena; les observa con su mirada de Amor, con su mirada más sincera.
Y decide escoger un lugar íntimo e idóneo para facilitar la apertura
espiritual: “subió a la montaña y se sentó”. Tenía algo
muy importante que transmitir; “y se puso a enseñarles”:
Seguramente había personas de todas las edades, y sí, de Dios podemos aprender
y debemos dejarnos enseñar durante toda la vida; es fácil creer que cuando
hemos dejado atrás la niñez y la adolescencia, y cuando hemos terminado los
estudios y hasta incluso estamos trabajando, ya lo sé todo, ya tengo “mi”
verdad construida; y entonces Jesús me dice:
“Dichosos los que sufren”: ¡O sea: felices los que están sufriendo y los que tengan que sufrir!
¡Qué contradicción!, ¿no? Y esto es un aprendizaje constante. Creo que con mi
última asignatura ya aprobada termina mi sufrimiento, y luego mi compañero de
trabajo que no trabaja, o mis hijos que no los entiendo, que no me
entienden.... y cuando me jubilo y me quedo tranquilo vienen las enfermedades,
los sufrimientos más físicos... Y todo para seguir madurando, porque somos unos
inmaduros afectivamente, espiritualmente... a los 25 años, a los 50 y a los 75,
y hay que pasar por diferentes etapas dejándose enseñar por Jesús, que nos
dice: “Tu sufrimiento afectivo, espiritual, físico... tiene sentido; santifica
tu vida dándole pleno sentido haciendo felices a los demás a través del pequeño
detalle y también del grande, cuando toca. Pero no es una búsqueda del
sufrimiento, sino una confianza en que tanto en mis alegrías como en mis
sufrimientos tengo un papel que desempeñar en el plan de salvación de Dios, que
tiene sus alegrías y sus sufrimientos.
“Dichosos los misericordiosos”: ¡El tener misericordia nos hará más felices! ¡Pues claro! Cuanto más amemos
a los demás más sentido tendrá nuestra vida, porque estamos llevando el
lenguaje de Dios a los demás, un lenguaje de misericordia. Cuando nuestros
allegados necesitan ayuda, cuando necesitan consejo, y cuando se nos presenta
ocasión de educarlos, hasta corregirlos, pero siempre con la misericordia y la
comprensión por delante, que es una búsqueda de verdad, dejando fuera el
rencor, la ira. Para ser misericordiosos necesitamos la frecuencia de la
oración y los sacramentos; la lectura espiritual y nuestra charla personal con
Dios diarias nos dan fuerzas para ser pacientes, educadores y amantes, y la
eucaristía y la confesión nos dan una fuerza especial. No perdamos la alegría
del cristiano; debe ser nuestra característica principal.
“Dichosos...”. ¡Jesús decía estás palabras con tanto gozo!
Este mensaje que Él transmitió debemos transmitirlo también nosotros:
Observar a nuestro alrededor y ver en nuestros cercanos quiénes necesitan una
palabra de consuelo, de verdad.