San Pedro y san Pablo son
considerados tradicionalmente como las dos columnas sobre las que se asienta la
Iglesia. Pedro, la roca designada por el mismo Cristo sobre la cual edificará
la Iglesia. Pablo, apóstol de los gentiles, de los ateos diríamos hoy; viajero
infatigable, fundador y animador de numerosas comunidades cristianas. Dos
personalidades muy diferentes pero unidas por una misma misión y ambas
laceradas por una profunda herida o debilidad.
En el caso de San pablo, es él mismo
quien nos dice: “…me han metido una espina en la carne: un ángel de Satanás que
me apalea, para que no sea soberbio. Tres veces he pedido al Señor verme libre
de él; y me ha respondido: «Te basta mi gracia». Mucho se ha discutido sobre
qué sería esa espina, pero los estudiosos no han logrado ponerse de acuerdo en
ello. Sólo sabemos, que era algo que arrastraba en el tiempo y que le servía…”
para que no tenga soberbia”.
En cuanto a Pedro, la imagen que se
puede desprender de la lectura de la Sagrada escritura es que era un bravucón,
decidido y fuerte en apariencia pero débil de carácter. Tiene en su currículum,
el récord de haber negado al Señor... ¡tres veces consecutivas! Y luego, a lo
largo de su vida como cabeza de la Iglesia parece que en un par de ocasiones
más, no supo estar tampoco a la altura de las circunstancias. Dicen que,
después de la crucifixión del Señor, de tanto llorar tenía el rostro marcado
por dos profundos surcos. Lo que también se desprende de la lectura de los
hechos de los apóstoles y de sus cartas, es su profunda humildad.
Y es que, aunque nos cueste
entenderlo, Dios no nos necesita santos, nos necesita humildes. La “espina” de
Pablo y la debilidad de Pedro fueron los medios de los que se sirvió el Señor
para mantenerlos humildes y, por tanto, dóciles a la acción del Espíritu.
Cefas, la piedra sobre la que se asentó la Iglesia es una base sólida porque se
asentaba sobre un cimiento de humildad. Pablo, a pesar de su debilidad, se le
dijo: “Te basta mi gracia; la fuerza se realiza en la debilidad”.
Es decir, ni la debilidad de uno ni
la de otro, fueron obstáculo suficiente para que fueran santos. Por eso la
Iglesia nos los pone como modelos en este día, porque a pesar de sus
debilidades, fueron santos, porque fueron humildes.
Recordemos para terminar, que también
fue la humildad de una doncella de Nazaret, lo que atrajo la mirada de Dios
sobre aquella que habría de escoger para ser la corredentora del género humano
y madre de su Hijo. La Madre de Dios y esclava del Señor simultáneamente.