En este día de Junio (corazón del año)
preparamos nuestra oración de mañana en el mejor sitio posible; el amable,
misericordioso, dulce y comprensivo CORAZÓN DE JESÚS.
Vamos a tomar, como base de nuestra
meditación, las lecturas del día. En el evangelio, parece que Jesús juega con
las ideas. Primero dice: “no he venido a abolir” para después sentenciar: “sino
a dar plenitud”. Y, luego, toda la exhortación va en reforzar la importancia de
cumplir lo marcado por la ley. Hasta el punto de llegar a añadir que, quien,
además de cumplir los mandatos, los enseñe, será grande en el reino de los
cielos.
¡No!, Jesús no quita importancia a
cumplir lo pequeño: “y mandó que recogiesen todo lo que había sobrado, para que
no se tirase nada”. El asunto, quizás, vaya por quedarse en un mero cumplir (y
tu corazón piensa-quiere otra cosas) o en tener más tragaderas que la boca del
metro (justificando que, amando puedes hacer lo que quieras).
En el texto queda claro que Jesús une lo
antiguo y lo nuevo (la ley y los profetas, con el dar plenitud).
Vamos a preguntarle al Señor; qué normas
estoy dejando de cumplir (y qué excusas pongo para ello); qué normas cumplo,
pero en las que no pongo corazón ni alma. Hagamos la súplica a nuestra Madre;
enséñame a vivir desde tu corazón todo lo que mis obligaciones familiares, de
trabajo y amistad, tengo que cumplir.
Aquí, entra el realismo anunciado por
Jesús; “sin Mí no podéis hacer nada”. Y tenemos que reconocerlo con sencillez.
“Tú me pides, Señor, vivir la ley desde el amor, pero si tú no me ayudas, no
sólo dejo de cumplir sino que mi vida, como la higuera maldecida, no da
frutos”. Claro, esta oración es para hacerla todos los días a todas las horas.
Por suerte, el corazón de Jesús no conoce horarios de servicio ni cobra por
prestarlo”. Perdón, los del Cielo no prestan servicios, sino que regalan amor.
Siempre están junto a nosotros, deseando darse, nada más que se lo pidamos.
Una prueba de lo anterior, se nos
muestra en la primera lectura. Cuando Elías desafía a los falsos profetas
obteniendo ayuda del Cielo para corroborar que, el Señor es el Dios verdadero y
moviendo, así, los corazones a amarle. Amemos con fuerza y confianza a Dios, y
sigamos con más fe de la que podamos tener y, sobre todo, plena confianza. Y
Dios todo nos lo concederá. No sólo trabajemos con palabras para Dios; lo que
más vale son las obras.
Probemos, de vez en cuando, a hacer una
oración “positivista y reafirmante” (que es exponerle al Señor qué es lo que
pide mi corazón y cuánto le deseo, quiero y confío en El) como el salmo de hoy;
“Protégeme Dios mío que me refugio en ti”. No dejes de protegerme. Yo siempre
digo que Tú, mi Dios, eres el único salvador. –Jamás amaré a nadie, mi Señor,
mi Dios, y mi Padre, que nos seas tú, mi Señor. –El Señor es el único que me
ama. Me salva y me cuida siempre. Le tengo a mi lado. –Y me enseñarás siempre
tus pasos para no extraviarme por ninguno que quieran desviarme, ni engañarme.