Para nuestra oración de hoy podemos
quedarnos con la primera frase del Evangelio, que es como la síntesis de todo
el relato:
“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus
discípulos: «Cuidado con los falsos profetas; se acercan con piel de oveja,
pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis”.
Nosotros somos sus discípulos, y ahora
queremos estar con él, dedicarle un tiempo tranquilo de nuestro día. Le
ofrecemos todo lo que vamos a hacer, sufrir, gozar o dar en el día de hoy, le
pedimos al Espíritu Santo su luz y su fuerza para vivir en medio de todo como
verdaderos discípulos de Cristo.
Y releemos el
texto de san Mateo: “Cuidado con los falsos profetas”. Jesús no nos está
diciendo que el que es malo va a ser malo siempre, que no tiene solución. Eso
nos podría llevar a la conclusión de que los que son “árboles dañados” hay que
talarlos y echarlos al fuego, es decir expulsarlos de nuestras filas, de
nuestros grupos o comunidades. No es eso lo que el Evangelio de la misericordia
nos propone, ya que nos pide acoger a todos, abrir la puerta de la vida y de la
esperanza a todos, dar siempre una segunda oportunidad.
Jesús se
refiere a los falsos profetas. A los que van por ahí, quizá inconscientemente,
dedicándose a dar clases de comportamiento ejemplar a los demás. Jesús pensaba,
sin duda, en algunos fariseos, escribas o sacerdotes del templo de Jerusalén,
que tenían cierta tendencia a mirar a los demás por encima del hombro porque
ellos eran los que sabían de la ley y la cumplían hasta el más mínimo detalle.
Jesús, en otras ocasiones les acusará de guardar las apariencias y de cuidar
mucho su imagen pública, pero siendo en el fondo peores que el mayor pecador.
Pensemos si no
podemos ser nosotros a veces esos falsos profetas. Si no puede parecer que por
fuera cumplimos, pero por dentro estamos lejos del Señor, no cuidamos la
amistad personal con él. Como nos dice hoy: “por sus frutos los conoceréis”.
Si notamos que nos alejamos de los demás, que nos cuesta comprometernos
perdiendo nuestro tiempo o nuestras “cosas” por los que lo necesitan, es que la
cosa no va bien.
Para ello nos
hace falta un poco más de humildad, para darnos cuenta de que las palabras de
Jesús se dirigen también a nosotros. Hemos de ser profetas, por nuestro
bautismo estamos llamados a serlo en medio del mundo, pero hemos de cuidar no
caer en la tentación de ser falsos profetas, de cuidar más las apariencias que
la realidad en nuestra vida. Mucho más importante que nos reconozcan por
nuestras palabras o por nuestras apariencias o imagen es que nos reconozcan por
nuestras obras, por nuestros frutos.
Que en nuestro
examen de conciencia contrastemos nuestro día con Jesús, el verdadero profeta,
y el Espíritu Santo nos dé luz para discernir si seguimos realmente su camino.
Muchas veces tendremos que volver a empezar. Pidamos a Nuestra Señora de la
Esperanza que no tiremos nunca la toalla, que no perdamos nunca la esperanza.
Porque Dios
Padre nos quiere tanto que siempre nos da otra oportunidad para cambiar de
vida.