¿Qué es la oración? La oración es la
gran puerta de entrada en la fe. Quien ora ya no vive de sí mismo, para sí
mismo y por sus propias fuerzas. Sabe que hay un Dios a quien se puede hablar.
Una persona que ora se confía cada vez más a Dios. Busca ya desde ahora la
unión con aquel a quien encontrará un día cara a cara. Por eso pertenece a la
vida cristiana el empeño por la oración cotidiana. Ciertamente no se puede
aprender a orar como se aprende una técnica. Orar, por extraño que parezca, es
un don que se recibe a través de la oración. No podríamos orar si Dios no nos
diera su gracia. (Youcat Pág. 270)
Hemos dicho
muchas veces que para amar a los demás primero tenemos que amarnos a nosotros
mismos. El que es tacaño consigo mismo, ¿con quién será generoso? Nadie
peor que el avaro consigo mismo. Decía Santo Tomás de Aquino que pertenece más
a la caridad querer amar que querer ser amado. Que de hecho “las madres, que
son las que más aman, buscan más amar que ser amadas” Por eso, el amor puede ir
más allá de la justicia y desbordarse gratis, sin esperar nada a cambio (Lc
6,35), hasta llegar al amor más grande, que es dar la vida por los demás (Jn
15,13) ¿Todavía es posible este desprendimiento que permite dar gratis y dar
hasta el fin? Seguramente es posible, porque es lo que pide el evangelio: “Lo
que habéis recibido gratis dadlo gratis” (Mt 10,89) (Exhortación
Apostólica de S.S Francisco, La alegría del evangelio)
La lectura nos
habla de la obediencia.
El Salmo: Oh
Dios, tú mereces un himno en Sión. Preparas la tierra, riegas los surcos. Cuando
hacemos las cosas bien, estamos felices, contentos. Ése es el premio. Dios nos
da lo mejor: su ayuda, su gracia, su fuerza para amarle.
El evangelio nos
habla del perdón. Cuántas personas hacen grandes obras de caridad, trabajos y
no son capaces de perdonar a un familiar, a un vecino o un amigo. Cuántas veces
pongo de ejemplo aquello de “si quieres ser feliz un instante, véngate
de una persona y si quieres ser feliz siempre perdona.”
Tras su
elección como sucesor de Pedro, todavía resuenan con fuerza las palabras del
papa Francisco en la pequeña iglesia parroquial de Santa Ana: “La misericordia
cambia el mundo, hace al mundo menos frío y más justo. El rostro de Dios es el
rostro de la misericordia, que siempre tiene paciencia. [...] Dios nunca se
cansa de perdonarnos. El problema es que nosotros nos cansamos de pedirle
perdón. ¡No nos cansemos nunca! Él es el padre amoroso que siempre perdona, que
tiene misericordia con todos nosotros”. En el reciente pregón pascual, la
invitación del santo padre es clara: “Dejémonos renovar por la misericordia de
Dios, dejemos que la fuerza de su amor transforme también nuestras vidas; y
hagámonos instrumentos de esta misericordia”.
Aprovechemos
este tiempo de oración para ver cómo está mi corazón (mi ofrenda) con las
personas que me rodean.
Abro a Jesús
mi corazón y le digo en este mes dedicado a su Corazón: Sagrado Corazón de
Jesús, en ti confío; o como decía el P. Cándido Pozo en Perú: “Sagrado
Corazón de Jesús de ti yo sí me fío.”