Hoy es sábado de cuaresma, por lo que
queremos tener a la Virgen muy presente en nuestra oración. Le pedimos primero
que su Corazón Inmaculado sea nuestro oratorio en el que meditemos la Palabra
de su Hijo, para que aprendamos de Ella a escuchar a Dios y a conformar nuestra
vida a la voluntad amorosa del Padre. Que su “Hágase en mí según tu Palabra”
sea mi oración y la norma de mi vida toda.
Vamos caminando a la Pascua,
siguiendo a Jesús hasta el Calvario para resucitar con Él en el gran Domingo de
la Pascua. Los evangelios de estos días dejan constancia de la tensión
creciente que se acumula en torno a Jesús, del rechazo a su pretensión de ser
el enviado del Padre. Hace unos días escuchábamos: “Los judíos tenían más ganas
de matarlo: porque no solo quebrantaba el sábado, sino que llamaba a Dios Padre
suyo, haciéndose igual a Dios” (Jn 5,18). Así, hoy la primera lectura, del
profeta Jeremías, anuncia esta conspiración que se cierne sobre Jesús y le
designa como cordero manso, llevado al matadero. La actitud de Jesús es ponerse
en las manos del Padre: “a ti he confiado mi causa”. Nos hemos unido a Él con
la oración del salmo: “Señor, Dios mío, a ti me acojo”.
El evangelio nos presenta el debate
entre la gente sobre el origen de Jesús: las enseñanzas y los signos de Jesús
manifiestan a las claras que Él es el Mesías, el Profeta esperado. Pero éste no
había de venir de Galilea, según la Ley. Desconocían el nacimiento de Jesús en
Belén, la ciudad de David, y que Él había elegido precisamente Galilea como
escenario primero de su predicación y milagros para que se cumplieran las
profecías de Isaías: en la Galilea de los gentiles, tierra de sombras, “una luz
les brillo” (Mt 4,16). El comportamiento de Jesús es desconcertante para ellos
porque pone en primer lugar la misericordia, por encima del sábado, y que los
pobres, los que viven en sombras, sean evangelizados.
¿Qué podemos aprender de Jesús en
este día? Ante todo contemplarle como Cordero de Dios, que lleno de humildad y
mansedumbre, se encamina hacia el sacrificio de sí mismo para el perdón de los
pecados. Hoy nos uniremos a su sacrificio aceptando con amor la cruz de este
día y transformándola en amor como misioneros de la cruz (P. Eduardo).
Además, aprender el estilo de Jesús:
poner en primer lugar la misericordia, acudir a los olvidados, llevar la luz
del evangelio a las penumbras de mi alrededor, a los corazones envueltos en
“sombras de muerte”. Le pido a la Virgen que me ayude a poner en práctica en
este día la Palabra que he escuchado y he guardado en mi corazón para que dé
frutos de amor.