28 marzo 2017. Martes de la IV semana de Cuaresma – Puntos de oración

Seguimos nuestro camino cuaresmal y antes de iniciar nuestro rato de oración, hacemos un esfuerzo por sentir la presencia humana de Jesús a nuestro lado. Nuestra oración no puede transcurrir sin sentir a Dios cerca.
            Hoy las lecturas de la misa nos hablan de agua: el enfermo de que nos habla el Evangelio necesita del agua de la piscina para curarse y por culpa de sus deficiencias físicas, nunca llega a tiempo al agua cuando esta se remueve. El agua de la gracia y el bautismo es el que nos perdona nuestros pecados y nos cura. El diluvio duró 40 días y sirvió para purificar al mundo; que esta cuaresma de 40 días también sirva, por lo menos, para que nos convirtamos nosotros. Que la gracia llueva sobre nuestras almas y las de los que nos rodean.
            Las tentaciones que Jesús padeció en el desierto no son nada más que una repetición de las que el demonio utilizó con Adam en el paraíso; en aquella ocasión todo le salió bien a Satanás. El enemigo en el origen se enfrentó al primer hombre, nuestro antepasado, por tres tentaciones: lo intentó por la glotonería, la vanagloria y la avaricia… Por la glotonería le mostró la fruta prohibida del árbol y lo persuadió a comerla. Lo tentó por la vanagloria diciendo: “Seréis como dioses”. Y lo tentó también por la avaricia diciendo: “Conoceréis el bien y el mal”. En efecto pues la avaricia no tiene como objeto solo el dinero, sino también los honores…
            Con Jesús lo intentó con los mismos medios y no lo consiguió: aprendamos de Jesús a vencer las tentaciones en esta Cuaresma teniendo paciencia con nosotros mismos. Dice el Papa Francisco: “Necesitamos la misericordia de Dios, pero también necesitamos tener misericordia con nosotros mismos”.
            Del relato de la parábola del hijo pródigo quiero sacar también alguna lección para nuestro trato con Dios. La figura del padre, en la parábola, es el auténtico protagonista; por ello es necesario observarle para sacar conclusiones: Tres actitudes podría tener el padre:
            - Un padre justo le hubiera escuchado y después le hubiera despedido con buenas palabras, pero nada más.
            - Un padre amoroso, se hubiera enternecido, y después de escucharlo, lo hubiera acogido en casa, con los criados y lo hubiera tratado como al mejor de sus criados.
            - Pero el padre es un padre misericordioso y se vuelca en el hijo de tal manera, que llama la atención de todos, sobre todo de su hijo mayor que no lo comprende: se le echa al cuello comiéndoselo a besos, lo recibe como al rey de la casa, le organiza una fiesta como nunca se había hecho…

            Así de exagerada es la misericordia de Dios. Lo que salvó al hijo pródigo fue estar seguro de la misericordia de su padre. Ojalá que tú y yo nunca dudemos de la misericordia de Dios. Termina tu rato de oración con una mirada a la Virgen: Ella, sí que sabe de estas cosas.

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