Seguimos nuestro camino cuaresmal y
antes de iniciar nuestro rato de oración, hacemos un esfuerzo por sentir la
presencia humana de Jesús a nuestro lado. Nuestra oración no puede transcurrir
sin sentir a Dios cerca.
Hoy las lecturas de la misa nos hablan
de agua: el enfermo de que nos habla el Evangelio necesita del agua de la
piscina para curarse y por culpa de sus deficiencias físicas, nunca llega a
tiempo al agua cuando esta se remueve. El agua de la gracia y el bautismo es el
que nos perdona nuestros pecados y nos cura. El diluvio duró 40 días y sirvió
para purificar al mundo; que esta cuaresma de 40 días también sirva, por lo
menos, para que nos convirtamos nosotros. Que la gracia llueva sobre nuestras
almas y las de los que nos rodean.
Las tentaciones que Jesús padeció en
el desierto no son nada más que una repetición de las que el demonio utilizó
con Adam en el paraíso; en aquella ocasión todo le salió bien a Satanás. El
enemigo en el origen se enfrentó al primer hombre, nuestro antepasado, por tres
tentaciones: lo intentó por la glotonería, la vanagloria y la avaricia… Por la
glotonería le mostró la fruta prohibida del árbol y lo persuadió a
comerla. Lo tentó por la vanagloria diciendo: “Seréis como dioses”. Y lo tentó
también por la avaricia diciendo: “Conoceréis el bien y el mal”. En efecto pues
la avaricia no tiene como objeto solo el dinero, sino también los honores…
Con Jesús lo intentó con los mismos
medios y no lo consiguió: aprendamos de Jesús a vencer las tentaciones en esta
Cuaresma teniendo paciencia con nosotros mismos. Dice el Papa Francisco:
“Necesitamos la misericordia de Dios, pero también necesitamos tener
misericordia con nosotros mismos”.
Del relato de la parábola del hijo
pródigo quiero sacar también alguna lección para nuestro trato con Dios. La
figura del padre, en la parábola, es el auténtico protagonista; por ello es
necesario observarle para sacar conclusiones: Tres actitudes podría tener el
padre:
- Un padre justo le hubiera escuchado
y después le hubiera despedido con buenas palabras, pero nada más.
- Un padre amoroso, se hubiera
enternecido, y después de escucharlo, lo hubiera acogido en casa, con los
criados y lo hubiera tratado como al mejor de sus criados.
- Pero el padre es un padre
misericordioso y se vuelca en el hijo de tal manera, que llama la atención de
todos, sobre todo de su hijo mayor que no lo comprende: se le echa al cuello
comiéndoselo a besos, lo recibe como al rey de la casa, le organiza una fiesta
como nunca se había hecho…
Así de exagerada es la misericordia de
Dios. Lo que salvó al hijo pródigo fue estar seguro de la misericordia de su
padre. Ojalá que tú y yo nunca dudemos de la misericordia de Dios. Termina tu
rato de oración con una mirada a la Virgen: Ella, sí que sabe de estas cosas.