Nos acercamos a la oración
probablemente llenos de tribulaciones, de ese ruido interior que el mundo
externo nos trasmite. La experiencia nos ha enseñado una y otra vez que el
amigo con el que nos vamos a encontrar, es “Aquel al que los vientos y el
mar obedecen”, esperamos de una forma más o menos consciente la dádiva de
la paz. Esa serenidad que nos da el don de discernir lo verdaderamente
importante de lo accesorio.
Empecemos por dar gracias a Dios, por
poder tener entre nuestras manos la “Sagrada Escritura”. La Biblia contiene la “Revelación
de Dios al hombre”, es decir la acción de “revelarse
a Sí mismo y manifestar el misterio de su voluntad” (Dei Verbum-Vaticano II).
Ahora bien, nuestra fe nos
lleva al encuentro personal con un Padre que nos ama y un Hijo que representa
el momento culminante de la revelación. Nuestra
fe nos permite una espiritualidad dialógica, donde escuchamos y hablamos con
nuestro Dios. No tenemos “una religión del libro”, la Biblia no es un libro
“caído del cielo” que nos marque incuestionablemente nuestra vida, como puede
ser el Corán.
La primera lectura nos recuerda el
acontecimiento central del Antiguo Testamento: La Alianza en el Sinaí, entre
Dios y los hombres representados por Moisés. La escena del becerro de oro
representa la miseria del hombre, el rechazo continuo a la Ley de Dios. En esta
lectura Moisés baja de recibir los “Mandamientos” del Sinaí y se encuentra con
que el pueblo adora al “becerro de oro”.
Hay un paralelismo entre este rechazo
a “La Torá”, palabra escrita de Dios que trae Moisés y la Palabra vivida por
Dios que nos describen los evangelios. Parece que siempre aparece un “becerro
de oro” que nos oculta la “Verdad”.
La lectura de San Juan que hoy nos
propone la Iglesia, no es fácil de comprender. Jesús “muestra galones”
manifestando cuales son los avales de su mensaje. Nos va a hablar sobre el testimonio
del Padre acerca de la misión del Hijo. Conocedor
de la ley judía (Dt 19, 15) sabe de la necesidad de testigos en un pleito. En
este pasaje nos referirá el testimonio de Juan Bautista y el testimonio del
Padre.
El testimonio de Juan (v33.35). El
predecesor era un hombre de gran prestigio en Israel. No solo los evangelios
así lo refieren, también Josefo habla del prestigio de Juan. Los judíos le
mandaron una misión para preguntarle si él era el Mesías y el señaló al
“cordero de Dios que quita los pecados del mundo”.
El Padre da testimonio del Hijo por
las “obras”, los milagros (v.36). También da testimonio por la Escritura
(v39-47). Es el testimonio que para un judío debería ser definitivo. Como hemos
dicho antes, en la Escritura está el soporte de la revelación. “Escudriñáis las Escrituras, pues
pensáis que en ellas tenéis la vida eterna; precisamente ellas dan testimonio
de mí. Y no queréis venir a mí para tener la vida”.
Demos gracias de nuevo a Dios, por la
Revelación, por la palabra escrita, por la Palabra vivida y especialmente por
la Madre que nos ayuda a entender estas cosas con el corazón.