30 marzo 2017. Jueves de la IV semana de Cuaresma – Puntos de oración

Nos acercamos a la oración probablemente llenos de tribulaciones, de ese ruido interior que el mundo externo nos trasmite. La experiencia nos ha enseñado una y otra vez que el amigo con el que nos vamos a encontrar, es “Aquel al que los vientos y el mar obedecen”, esperamos de una forma más o menos consciente la dádiva de la paz. Esa serenidad que nos da el don de discernir lo verdaderamente importante de lo accesorio.
Empecemos por dar gracias a Dios, por poder tener entre nuestras manos la “Sagrada  Escritura”. La Biblia contiene la “Revelación de Dios al hombre”, es decir la acción de revelarse a Sí mismo y manifestar el misterio de su voluntad” (Dei Verbum-Vaticano II). Ahora bien, nuestra fe  nos lleva al encuentro personal con un Padre que nos ama y un Hijo que representa el momento culminante de la revelación.  Nuestra fe nos permite una espiritualidad dialógica, donde escuchamos y hablamos con nuestro Dios. No tenemos “una religión del libro”, la Biblia no es un libro “caído del cielo” que nos marque incuestionablemente nuestra vida, como puede ser el Corán.
La primera lectura nos recuerda el acontecimiento central del Antiguo Testamento: La Alianza en el Sinaí, entre Dios y los hombres representados por Moisés. La escena del becerro de oro representa la miseria del hombre, el rechazo continuo a la Ley de Dios. En esta lectura Moisés baja de recibir los “Mandamientos” del Sinaí y se encuentra con que el pueblo adora al “becerro de oro”.
Hay un paralelismo entre este rechazo a “La Torá”, palabra escrita de Dios que trae Moisés y la Palabra vivida por Dios que nos describen los evangelios. Parece que siempre aparece un “becerro de oro” que nos oculta la “Verdad”.
La lectura de San Juan que hoy nos propone la Iglesia, no es fácil de comprender. Jesús “muestra galones” manifestando cuales son los avales de su mensaje.  Nos va a hablar sobre el testimonio del Padre acerca de la misión del Hijo.  Conocedor de la ley judía (Dt 19, 15) sabe de la necesidad de testigos en un pleito. En este pasaje nos referirá el testimonio de Juan Bautista y el testimonio del Padre.
El testimonio de Juan (v33.35). El predecesor era un hombre de gran prestigio en Israel. No solo los evangelios así lo refieren, también Josefo habla del prestigio de Juan. Los judíos le mandaron una misión para preguntarle si él era el Mesías y el señaló al “cordero de Dios que quita los pecados del mundo”.
El Padre da testimonio del Hijo por las “obras”, los milagros (v.36). También da testimonio por la Escritura (v39-47). Es el testimonio que para un judío debería ser definitivo. Como hemos dicho antes, en la Escritura está el soporte de la revelación. “Escudriñáis las Escrituras, pues pensáis que en ellas tenéis la vida eterna; precisamente ellas dan testimonio de mí. Y no queréis venir a mí para tener la vida”.

Demos gracias de nuevo a Dios, por la Revelación, por la palabra escrita, por la Palabra vivida y especialmente por la Madre que nos ayuda a entender estas cosas con el corazón.

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