Los mandatos y decretos de Dios son
vida y nos abren las puertas de la vida. Es la enseñanza que las lecturas de
hoy nos proponen meditar. Un doble efecto de vida que, a través de Moisés, ya
el Señor explicaba al pueblo de Israel.
“Esa es vuestra sabiduría y vuestra
inteligencia”, insiste el Señor a Israel. Por eso le pide, primero, que escuche
sus mandatos y decretos, después, que los observe y los cumpla.
Se presenta como un Dios
cercano y justo, y pide también al pueblo que no olvide lo que él Señor ha
hecho, y que se lo cuente a hijos y nietos.
Jesús en el Evangelio insiste: «El que
se salte uno solo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los
hombres será el menos importante en el reino de los cielos. Pero quien los
cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos.»
¿Nos dejamos llevar
por los mandatos del Señor? ¿Los acogemos en nuestros corazones como venidos de
las manos de un Dios Padre que nos ama? ¿Nos fiamos realmente de Dios?
Ya lo sabemos, el
cristianismo no es una filosofía, no seguimos una gran doctrina, sino que somos
discípulos de Cristo, muerto y resucitado para nuestra salvación. Cristo da
sentido a nuestra vida, a todo lo que hacemos. Él plenifica nuestras pobres
acciones, las multiplica, las llena de vida. Por eso, las lecturas de hoy nos
impulsan a confiar ciegamente en Dios, a no tener miedo a seguirle de cerca, a
no dejarnos engañar por los cantos de sirena que a nuestro alrededor nos
quieren hacer ver que necesitamos más “independencia”, no tener que depender
tanto de otros, fiarnos sólo de nosotros mismos.
Vamos a pedir hoy a
san José, en este día de la semana dedicado a él, muy cerquita todavía de su
fiesta, que nos enseñe a seguir los mandatos y decretos del Señor como él lo
hizo, con sencillez y en silencio:
“Levántate, toma al
niño y a su madre y…”
Y fuese lo que
fuese, José se levantaba, tomaba al niño y a su madre (no se olvidaba de la
madre) y hacía lo que el Señor le había ordenado.
Por último, no está
de más recordar cuál es el primer mandato del Señor, el primero de todos:
“amaos unos a otros como yo os he amado”. Por ahí hemos de empezar. Ya tenemos
tarea. Esta semana, a mitad de la cuaresma, puede ser buen momento para empezar
de nuevo. La fuerza viene de Él, no de nosotros. Acerquémonos a él a través de
la confesión y la eucaristía para revestirnos de su fuerza, para llevar la
esperanza de la vida a los que nos rodean.
Y no lo olvidemos,
de la mano de su Madre.