22 marzo 2017. Miércoles de la III semana de Cuaresma – Puntos de oración

Los mandatos y decretos de Dios son vida y nos abren las puertas de la vida. Es la enseñanza que las lecturas de hoy nos proponen meditar. Un doble efecto de vida que, a través de Moisés, ya el Señor explicaba al pueblo de Israel.
“Esa es vuestra sabiduría y vuestra inteligencia”, insiste el Señor a Israel. Por eso le pide, primero, que escuche sus mandatos y decretos, después, que los observe y los cumpla.
 Se presenta como un Dios cercano y justo, y pide también al pueblo que no olvide lo que él Señor ha hecho, y que se lo cuente a hijos y nietos.
Jesús en el Evangelio insiste: «El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos.»
¿Nos dejamos llevar por los mandatos del Señor? ¿Los acogemos en nuestros corazones como venidos de las manos de un Dios Padre que nos ama? ¿Nos fiamos realmente de Dios?
Ya lo sabemos, el cristianismo no es una filosofía, no seguimos una gran doctrina, sino que somos discípulos de Cristo, muerto y resucitado para nuestra salvación. Cristo da sentido a nuestra vida, a todo lo que hacemos. Él plenifica nuestras pobres acciones, las multiplica, las llena de vida. Por eso, las lecturas de hoy nos impulsan a confiar ciegamente en Dios, a no tener miedo a seguirle de cerca, a no dejarnos engañar por los cantos de sirena que a nuestro alrededor nos quieren hacer ver que necesitamos más “independencia”, no tener que depender tanto de otros, fiarnos sólo de nosotros mismos.
Vamos a pedir hoy a san José, en este día de la semana dedicado a él, muy cerquita todavía de su fiesta, que nos enseñe a seguir los mandatos y decretos del Señor como él lo hizo, con sencillez y en silencio:
“Levántate, toma al niño y a su madre y…”
Y fuese lo que fuese, José se levantaba, tomaba al niño y a su madre (no se olvidaba de la madre) y hacía lo que el Señor le había ordenado.
Por último, no está de más recordar cuál es el primer mandato del Señor, el primero de todos: “amaos unos a otros como yo os he amado”. Por ahí hemos de empezar. Ya tenemos tarea. Esta semana, a mitad de la cuaresma, puede ser buen momento para empezar de nuevo. La fuerza viene de Él, no de nosotros. Acerquémonos a él a través de la confesión y la eucaristía para revestirnos de su fuerza, para llevar la esperanza de la vida a los que nos rodean.

Y no lo olvidemos, de la mano de su Madre.

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