29 marzo 2017. Miércoles de la IV semana de Cuaresma – Puntos de oración

Si tengo que escoger una frase del evangelio con la que quedarme para meditar en este día, es: «Mi Padre sigue actuando, y yo también actúo».
A menudo, cuando las cosas no van como yo quiero, cuando las cosas no salen como yo preveía, pienso que el Señor se ha olvidado de mí. O que realmente no le importo tanto como yo pensaba. Quizás, pienso, soy uno más, un nombre y apellido entre tantos otros. Una vida gris y mediocre, como tantas otras.  Y claro, esto son los planteamientos que yo, un simple y limitado ser, limitado en el tiempo y el espacio, limitado en mis pobres esquemas humanos, se hace respecto a Dios.
Por eso, dentro de la densidad del evangelio de hoy, me llama especialmente la atención esta frase: «Mi Padre sigue actuando, y yo también actúo». Porque manifiesta que Dios no deja nunca de actuar, es decir, de amar, nunca. El sigue amando sin descanso aunque yo me canse. Sigue amando, perdonando, “misericordiando” que diría el papa Francisco, sin descanso, siempre.
Esto es tan difícil de “digerir”, de creérselo, que el Señor necesita ponernos ejemplos y comparaciones para poder entenderlo. Por eso nos dice en el Libro de Isaías: “¿Puede una madre olvidar al niño que amamanta, no tener compasión del hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvidara, yo no te olvidaré”. Y el salmo 144 se deshace en adjetivos que no logran explicar la bondad de Dios: El Señor es clemente…, misericordioso…, bueno…, cariñoso…, fiel…, bondadoso…, justo…
En el mensaje para la Cuaresma de este año, el Papa Francisco nos decía: “Jesús es el amigo fiel que nunca nos abandona, porque incluso cuando pecamos espera pacientemente que volvamos a él y, con esta espera, manifiesta su voluntad de perdonar”. Y es que para Dios no existe el tiempo, el Señor no tiene prisa, no participa de nuestras impaciencias y agobios. Cuando a menudo pensamos que Dios no nos escucha, es que pretendemos encajonarlo en nuestro esquema temporal y, ¡claro! nuestros planes quedan ridículos y raquíticos frente a los planes de Dios. Recuerdo que había una película en la que se decía: “Si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes”. Y me imagino al Señor sonriendo con ternura  como le sonreiría una madre a su hijo pequeño que le cuenta todas las cosas que hará cuando sea mayor.

Pues que no lleguemos a decir como Sión decía: «Me ha abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado». Porque no es verdad. Porque Dios es como el sol que brilla, te lo merezcas o no, te des cuenta o no, le des las gracias o no, él está ahí siempre brillando, actuando, amando.

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