Si tengo que escoger una frase del
evangelio con la que quedarme para meditar en este día, es: «Mi Padre sigue
actuando, y yo también actúo».
A menudo, cuando las cosas no van
como yo quiero, cuando las cosas no salen como yo preveía, pienso que el Señor
se ha olvidado de mí. O que realmente no le importo tanto como yo pensaba.
Quizás, pienso, soy uno más, un nombre y apellido entre tantos otros. Una vida
gris y mediocre, como tantas otras. Y
claro, esto son los planteamientos que yo, un simple y limitado ser, limitado
en el tiempo y el espacio, limitado en mis pobres esquemas humanos, se hace
respecto a Dios.
Por eso, dentro de la densidad del
evangelio de hoy, me llama especialmente la atención esta frase: «Mi Padre
sigue actuando, y yo también actúo». Porque manifiesta que Dios no deja nunca
de actuar, es decir, de amar, nunca. El sigue amando sin descanso aunque yo me
canse. Sigue amando, perdonando, “misericordiando” que diría el papa Francisco,
sin descanso, siempre.
Esto es tan difícil de “digerir”, de
creérselo, que el Señor necesita ponernos ejemplos y comparaciones para poder
entenderlo. Por eso nos dice en el Libro de Isaías: “¿Puede una madre olvidar
al niño que amamanta, no tener compasión del hijo de sus entrañas? Pues, aunque
ella se olvidara, yo no te olvidaré”. Y el salmo 144 se deshace en adjetivos
que no logran explicar la bondad de Dios: El Señor es clemente…,
misericordioso…, bueno…, cariñoso…, fiel…, bondadoso…, justo…
En el mensaje para la Cuaresma de
este año, el Papa Francisco nos decía: “Jesús es el amigo fiel que nunca nos
abandona, porque incluso cuando pecamos espera pacientemente que volvamos a él
y, con esta espera, manifiesta su voluntad de perdonar”. Y es que para Dios no
existe el tiempo, el Señor no tiene prisa, no participa de nuestras
impaciencias y agobios. Cuando a menudo pensamos que Dios no nos escucha,
es que pretendemos encajonarlo en nuestro esquema temporal y, ¡claro! nuestros
planes quedan ridículos y raquíticos frente a los planes de Dios. Recuerdo que
había una película en la que se decía: “Si quieres hacer reír a Dios, cuéntale
tus planes”. Y me imagino al Señor sonriendo con ternura como le sonreiría una madre a su hijo
pequeño que le cuenta todas las cosas que hará cuando sea mayor.
Pues que no lleguemos a decir como
Sión decía: «Me ha abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado». Porque no es
verdad. Porque Dios es como el sol que brilla, te lo merezcas o no, te des
cuenta o no, le des las gracias o no, él está ahí siempre brillando, actuando,
amando.