Ha pasado una semana desde que empezó
la Cuaresma y la Palabra se nos presenta hoy como un recordatorio: tanto Jonás
como Jesús apremian a la conversión, la actitud fundamental de la Cuaresma.
¿Cómo hemos vivido esta primera semana? ¿Hemos cumplido los preceptos que nos
propone la Iglesia? ¿Hemos buscado formas concretas de encarnar durante este
periodo la oración, el ayuno y la limosna? ¿Tenemos un propósito de conversión
personal que nos ayude a vivir esta Cuaresma y que nos haga renacer con Cristo,
es decir, que nos haga vivir como Él?
Las lecturas de hoy nos avisan del
peligro de dejar pasar esta llamada que nos hace Cristo a través de su Iglesia:
los judíos de la época de Jesús no tenían suficiente con la presencia del Hijo
de Dios, necesitaban algún signo “mayor” –quizá
más espectacular– que les llevara a convertirse, a descubrir la verdadera
identidad de Jesús. Lo mismo nos puede suceder a nosotros, en esta Cuaresma o
en la vida: que la rutina, la costumbre de tener al Señor entre nosotros –en los Sagrarios, en los sacramentos,
en las personas que nos ayudan en la fe–, la
regularidad de las llamadas de la Iglesia –ver
esta Cuaresma como una Cuaresma más– nos
lleven a vivir superficialmente sin empaparnos del misterio, de la fuerza, del
amor que el Señor derrama sobre nosotros.
Pero quizá tampoco un signo más
espectacular nos hiciera cambiar de actitud, tampoco nos sirviera para
convertirnos. ¡Qué poco necesitaron los ninivitas y cuánto exigen los judíos de
tiempos de Jesús! El problema no es tanto que el signo no sea suficientemente
poderoso sino de nuestra actitud. Lo mismo nos enseña la parábola del pobre
Lázaro y el rico Epulón, que el Papa nos ha propuesto como guía de esta
Cuaresma. Quizá lo único que se necesite es, como dice el salmo, un corazón
quebrantado y humillado, un corazón capaz de reconocer su pecado y de volverse
a Dios al descubrirse miserable. Acerquémonos al Señor en esta oración a través
del Corazón de su Madre, para que nos alcance la gracia de la conversión que en
esta Cuaresma desea derramar sobre nosotros.