Los puntos de hoy son muy sencillos.
Os propongo que después de habernos puesto en la presencia de Dios y haber
invocado al Espíritu Santo, comencemos con la lectura del salmo.
Yo lo reordeno del siguiente modo:
Proclamad conmigo la grandeza del
Señor, ensalcemos juntos su nombre.
Contempladlo, y quedaréis radiantes,
vuestro rostro no se avergonzará.
Yo consulté al Señor, y me respondió,
me libró de todas mis ansias.
Los ojos del Señor miran a los
justos, sus oídos escuchan sus gritos.
Si el afligido invocó al Señor, Él lo
escuchó y lo salvó de sus angustias.
En este primer rato de la oración
darnos cuenta delante de quien estamos, ensalzad y alabar al Señor. Lanzarle
piropos. Darnos cuenta que nos está mirando. ¿Cómo nos mirará? Darnos cuenta
que nos está oyendo. Que escucha nuestras palabras y nuestros gritos muchas
veces. Yo por lo menos me
encuentro muy necesitado y si nos paramos a pensar en gente que nos ha pedido
nuestras oraciones, con mayor razón. Él nos libra de todas nuestras ansias. De
todas nuestras angustias. Que descanso estar delante del Señor.
Una vez que nos hemos serenado os
propongo continuar con el profeta Isaías. En este texto se prefigura a la
Palabra con mayúsculas que es Jesucristo.
La palabra de Dios lleva en sí su
eficacia, cada vez que la leemos lleva en sí su acción, nos transforma. Pero
debemos estar atentos, receptivos a la Palabra. Como el agua que cae en tierra
reseca, nos reblandece, nos moldea. Nos vivifica y hace crecer en nosotros la
Vida. Nos limpia, lava de nosotros todos nuestros pecados. Calma nuestra sed de
tantas cosas y personas, que a veces no nos hacen bien. Beber su palabra es
beber del agua que nos libera de tanta sed.
Así como la lluvia desencadena el
ciclo de la fertilidad en la naturaleza, su palabra desencadena la salvación en
la historia humana. Con su palabra ha creado todo, lo ha sostenido y vuelve a
crear una nueva época para su pueblo. El pueblo que estaba en el exilio,
desesperanzado, sin fuerzas e ilusión, ve en las palabras del profeta la
salvación. Nosotros que somos viva imagen del pueblo de Israel, necesitamos más
que nuestras fuerzas, su palabra eficaz, su palabra de salvación. Ellos estaban
confiados en que el Señor les llevaría de nuevo a su tierra. Nosotros, poner la
confianza en Jesús, palabra encarnada.
Podéis recitar también tranquilamente
el padrenuestro. Son las palabras que Jesús quiso que pronunciáramos.
Saborearlas con la confianza de que son eficaces, de que actúan en nosotros de
que no llegan vacías a Dios, sino que harán su voluntad y cumplirán su encargo.
Llevar también nosotros la Palabra, a
todos nuestros amigos que se empeñan en vivir solo del pan, y no sólo de pan
vive el hombre sino de toda palabra…