La voz de Jesús se alza en el Templo
de Jerusalén, según relata el evangelio, y proclama: “A mí me conocéis”... pero
al que me ha enviado, “a ese vosotros no lo conocéis”.
Jesús que siempre habla con sencillez
y buscando ser comprendido por su interlocutor, parece aquí que plantea una
trampa. Podemos conocerle y no conocerle al mismo tiempo. En este rato de oración, pidamos con
confianza a la Virgen que nos dé su conocimiento y amor de Jesús, porque de ese
modo nuestro conocimiento de Jesús será auténtico.
Conocer a Jesús como un hombre más,
incluso como un gran hombre, pero no conocer sus motivaciones, sus intenciones
y los móviles de su obrar, es no conocerle. Conocer su vida, pero sin conocer
la razón de su vida, es conocerle por fuera, sin entrar en su Corazón. Es no conocerle.
Jesús vive del amor del Padre y para
amar a los hombres y salvarnos. Ese es su corazón, esa es su razón de vivir. Si
nos adentramos en el conocimiento de la interioridad de Jesús, si somos sus
íntimos, podremos imitar al apóstol Juan y reclinar nuestra cabeza en su pecho
y congeniar con los sentimientos y afectos de Jesús. Esto es conocerle de
verdad.
No se puede conocer a Jesús y no
amarle ni seguirle. Hay una disyuntiva terrible: Si estamos a su lado, no
podemos conocerle superficialmente, porque no lo entendemos y más pronto que
tarde lo rechazamos y nos alejamos con resentimiento. Si estamos a su lado,
hemos de profundizar, permaneciendo a su lado en medio de la oscuridad de la
fe, cimentados en la confianza, y así llegaremos a conocerle como salvador,
como amigo y como hermano.
Que la Virgen María nos alcance conocer
a Jesús, amarle y seguirle.