“Después de acostado, ya que me quiera dormir, por espacio de un
Avemaría pensar a la hora que me tengo de levantar, y a qué, resumiendo el
ejercicio que tengo de hacer.” (San Ignacio).
Al día siguiente: iniciaremos nuestro rato exclusivo con el Señor,
poniéndonos en su presencia y recordando la oración preparatoria de san
Ignacio: Pedimos gracia a Dios nuestro Señor, para que todas mis
intenciones, acciones y operaciones sean puramente ordenadas en servicio y
alabanza de su divina majestad.
Del texto del evangelio de hoy me impacta esta frase: ¿Por qué
te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que
llevas en el tuyo? (Mt 7,3) Jesús percibe la tendencia humana a juzgar
y condenar en el prójimo las vigas que se perdonan en su propio ojo. Este es un
matiz más de la naturaleza que habita en el hombre.
Jesús sabe lo que hay. Nunca nadie lo ha sabido jamás tan en
profundidad. Advierte cuáles son nuestras posibilidades de mal y cuáles
nuestras esperanzas de conversión y penitencia. Palpaba qué torpes y lentos de
comprensión eran sus apóstoles y no dudaba, sin embargo, en encomendarles la
tarea de continuar su obra. Comprende que cuando los hombres hacen mal, no saben
lo que hacen. El hombre necesita ser perdonado setenta veces
siete, Dios concede ese perdón setenta veces siete.
Cristo jamás vio a la humanidad como una suma de mal irredimible, tuvo
siempre la total seguridad de que valía la pena luchar por el hombre y morir
por él.
Que la Madre nos ayude a valorar, una vez más, el conocimiento interno de tanto bien recibido.