En esta semana en que estamos muy cerquita de María, preparándonos para
recibir el Espíritu Santo, hoy nos presenta la Iglesia unas lecturas que nos
ayudarán a acercarnos más todavía a nuestra Madre.
Las palabras de Festo, en la primera lectura, nos recuerdan las
persecuciones que tuvo que sufrir san Pablo por ser predicador incansable de la
resurrección de Cristo. Predicador incansable y también audaz, porque ve en su
prisión y juicio la oportunidad de introducirse en el centro del Imperio y
llevar hasta allí el mensaje del evangelio. Pidamos en la oración de hoy el don
de la audacia en nuestro testimonio cristiano, sin respetos humanos, abiertos a
la voz del Espíritu.
El salmo 102 nos recuerda, tras la celebración de la Ascensión del Señor
el domingo pasado, que nuestra vida “camina hacia la altura de un dichoso y
riente paraíso; que es la vida una excursión que va a la eterna mansión”, como
dice la letra de uno de los antiguos himnos campamentales. Mientras “subimos
las cuestas escarpadas, meditando que nuestra vida es lucha”, sabemos que la
bondad de Dios se levanta sobre nosotros y aleja nuestros delitos. Nos anima a
poner en el Cielo nuestro tesoro, y a orar bendiciendo a Dios.
En el centro de nuestra oración de hoy podemos poner el diálogo de Jesús
con Pedro, que quizás hayamos meditado muchas veces. Puede bastarnos
simplemente en releerlo despacio, saboreándolo, haciendo resonar en nuestro
corazón las palabras de Jesús, dirigidas a cada uno de nosotros:
¿Me amas? ¿Me amas de verdad? ¿Realmente me quieres?
¡Cómo no vamos a decirle al Señor que le queremos!
Vamos a decírselo con todo el corazón: “Señor, tú conoces todo, tú sabes
que te quiero”.
Él nos responderá: Sígueme, apacienta a mis ovejas, pero dejándote
llevar por el Espíritu. Sí, porque el Espíritu Santo es quien nos lo enseña
todo y nos va recordando cada momento del día lo que Jesús quiere para cada uno
de nosotros.
¡Ven, Espíritu Santo!