Me presento ante el Señor y ofrezco mi vida en este momento de oración.
Pido luz al Espíritu para que me ilumine y me dé entendimiento al meditar su
Palabra.
Ezequías acude al templo para pedir ayuda al Señor, Dios de Israel.
Senaquerib, rey de Asiria, tiene sitiada a Jerusalén y se encuentra en una
situación crítica. ¡Cuántas veces en nuestras vidas nos sentimos sitiados por
diferentes situaciones que nos desbordan y nos ahogan! Son momentos de prueba,
de poner únicamente la confianza en Dios, no en nuestras fuerzas o seguridades
que nada pueden. El Señor solo nos pide que confiemos en Él y le dejemos
actuar. Se trata de vivir siendo un anawin, un pobre de Yahveh que
tiene como única riqueza al mismo Dios. Entonces, se producirá el milagro: su
fuerza se manifestará en nuestra debilidad, porque grande es el Señor y
muy digno de alabanza.
Aunque es cierto que es necesario esforzarse. El mismo Jesús
insiste: ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la
perdición… ¡Qué estrecha es la puerta y qué angosto el camino que lleva a la
vida! Por eso necesitamos recurrir a la oración y a los sacramentos,
especialmente la Eucaristía y la confesión, para vivir las bienaventuranzas y
poder llevar el mensaje de la Buena Nueva a los que nos rodean. Un ejemplo para
contemplar hoy es el santo que conmemoramos, san Luis Gonzaga, que con solo 23
años entregó su vida en servicio a Dios y a los pobres.
Que santa María, nuestra Madre, nos ayude a vivir en esta actitud de entrega.