Empezamos nuestra oración invocando al Espíritu Santo: “Ven Espíritu
Divino e infunde en nuestros corazones el fuego de tu amor”.
Hoy es la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. Recuerdo que cuando aún
era un niño me enseñaron a invocarle mediante esta jaculatoria: ¡Sagrado
Corazón de Jesús en vos confío! Se me grabó a fuego y todos los días
me acuerdo del Señor de esta manera. Seguro que tú también la conoces. No dejes
de decírselo al Señor para acordarte de Él, en especial en el día de hoy que
celebramos esta fiesta.
Las lecturas de la Eucaristía de hoy nos hablan de este Corazón, e
incluso ya desde el Antiguo Testamento. La lectura del profeta Ezequiel nos
describe cómo es el corazón de Dios. El corazón de Dios es tan bueno que va en
búsqueda de la oveja perdida, para llevarla al rebaño donde Él la apacentará,
la dará los mejores pastos, la mayor paz, la hará reposar. Esa oveja perdida
somos cada uno de nosotros cuando le damos la espalda a Dios para mirarnos a
nosotros mismos. Si eso se lo hiciéramos a cualquier persona, encontraríamos su
enfado y su recíproco rechazo. Sin embargo, Dios es el Amor y sólo quiere
nuestra felicidad, y aunque nosotros le demos la espalda, Él nunca nos la da,
todo lo contrario: muere por nosotros siendo justificados por su sangre, que
mana de su Sagrado Corazón.
Señor Jesús, hazme reposar en tu Sagrado y Misericordioso Corazón.
Déjame quedarme ahí, como San Juan en la última cena.
Hoy, además de Nuestro Señor, nos acordamos de su madre la Virgen María, repitiendo: ¡Sagrado Corazón de Jesús en vos confío, dulce Corazón de María sed mi salvación!