Espera con paciencia, fortalece tu corazón, porque la venida del Señor
está cerca.
Aunque esté pasando por un desierto, mis manos estén débiles y mis
rodillas vacilantes, aunque esté inquieto porque no entiendo nada, o porque las
cosas no me cuadren… Tú me dices: “Sé fuerte, no temas”.
Tú, Señor, mantienes tu fidelidad perpetuamente.
He de tener paciencia, como el labrador, que siembra y espera la lluvia,
llegue antes o después. No he de quejarme.
Quizá es que mis expectativas están equivocadas y espero encontrar
“fuegos artificiales” en mi vida o “grades retos”. Y lo que tú me propones es
una misión en lo cotidiano: amar al que tengo junto a mí, no quejarme, llenarme
de paciencia, hacer lo que me toca “bien hecho” con mucho cariño… Lo
cotidiano.
Los milagros son cosa tuya, lo mío lo pequeño.
Porque sólo hay un Grande, nacido de mujer, aunque el más pequeño en el
reino de los cielos es más grande que él.
Madre, ayúdame a hacerme pequeño, como tú, a tener paciencia, a no
quejarme, a ofrecerlo todo.
Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas: haz que camine con lealtad en la misión de lo cotidiano que me encomiendas.