A sí empieza la Eucaristía de este día: “El que viene llegará sin
retraso y ya no habrá temor en nuestra tierra, porque él es nuestro
Salvador” (Heb 10,37).
Estamos ya muy cerca del nacimiento de Jesús. Sólo faltan siete días
para encontrarnos, cara a cara, con este Niño Dios.
En la primera lectura del libro de los Jueces, se nos recuerda el
futuro nacimiento de Sansón cuya madre, esposa de Manoj, era estéril. En el
evangelio de hoy, se nos narra con gran detalle el futuro nacimiento de Juan el
Bautista, que también nace de Isabel, de una mujer estéril. El anuncio
por parte del ángel de este acontecimiento va dirigido a su marido Zacarías,
que le dice: “No tema, Zacarías, porque tu ruego ha sido escuchado: tu mujer
Isabel te dará un hijo, y le pondrás por nombre Juan…”.
Ahora llega el momento del mayor milagro. Sucede en la
aceptación de María por el anuncio del ángel Gabriel. Todas las expectativas se
cumplen en Jesús, el hijo de Dios encarnado en el vientre virginal de María.
Preparemos nuestro corazón para que Jesús nazca de nuevo en nuestra vida.
Sólo espera que abramos la puerta de nuestro corazón para nacer en él. Hace unos días la liturgia nos proponía este texto maravilloso del libro del Apocalipsis: “Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré, y cenaré con él, y él conmigo” (Ap, 2,20). Y suplicamos a María: “Santa madre de Dios encarnado: enséñanos a vivir en vigilante y amorosa espera”.