Avanzamos en el camino del Adviento y nos sale al encuentro la Virgen de
Guadalupe, cuyas apariciones al indio Juan Diego hoy conmemoramos. ¡Qué
oportuna esta fiesta de la Madre!
Estamos preparando, al menos, un cachito de corazón para recibir en él
con fe viva a Jesús en su nacimiento. Él quiere venir a reinar en mi vida. Y
así, de modo discreto pero verdadero, ser el rey de la humanidad, la “estrella
de Jacob” que dice el profeta Balaán. Curiosa la profecía de un pagano que revela
la universalidad de la soberanía de Dios a través de su pueblo elegido. Hoy,
también, Dios quiere reinar a través de su Iglesia, a través de mi vida. Claro
que el reinado de Dios es otra cosa a lo que entiende la gente; es servicio y
donación desinteresada a todos.
Y en esa dirección del servicio y el amor gratuitos debe ir la
conversión que nos pide la Iglesia en el adviento. Esta es la predicación y “el
bautismo” que, como Juan Bautista, nos predica la Iglesia:
Cree en Dios y haz de él tu Señor,
ama al hermano sin mirar su condición ni su
comportamiento.
cumple la voluntad de Dios con radicalidad y
siempre.
Es lógico que brote la pregunta: ¿”Con qué autoridad” me mandas esto? Y
es entonces cuando la Virgen sale a nuestro encuentro y nos dice quedamente,
con persuasión maternal: “No tengas miedo, ¿acaso no estoy yo aquí que soy tu
madre?”.
La solución a nuestros problemas está en la confianza absoluta en Dios. La Virgen nos anima y enseña a abandonarnos.