“Quien no sabe de penas,
en este valle de dolores
ni ha gustado de amores,
no sabe de cosas buenas,
pues penas es el traje de los amadores”
Esta coplilla le cantaron las carmelitas a san Juan de la Cruz al salir
de la cárcel donde estuvo preso en Toledo ocho meses hasta que pudo escaparse
haciendo tiras de una manta, una soga con la que descolgarse por la muralla.
Habiendo medido la distancia con un hilo, le falto un poco y tuvo que dar un
salto en el vacío para tocar el suelo.
Era la víspera de la Asunción, 15 de agosto, la Virgen nunca falla, y
allí estaba en el salto final para escapar y refugiarse escondido en el
Carmelo.
¿Qué cosas suceden con los hombres de Dios, a los que llama de forma
extraordinaria? Tenemos tantos ejemplos en la vida de los santos que nos
invitan a correr la misma aventura...
“La Cruz desnuda y a secas es linda cosa… Jamás si quiere llegar a
Cristo le busque sino en la Cruz. Basta creer que Jesús vino al mundo, no para
suprimir el dolor, ni siquiera para explicarlo, sino para llenarlo con su
inefable presencia… Pues si el alma busca a Dios, más la busca su Amado, Dios a
ella”. “Donde no hay amor, ponga amor y sacará amor”. “Al atardecer de la vida,
te examinarán del amor”.
Así comprenderemos lo que nos dice Isaías: Yo soy el Señor, y no hay
otro… Cielos, destilad desde lo alto la justicia, las nubes la derramen, se
abra la tierra y brote la salvación, y con ella germine la justicia… Yo soy el
Señor y no hay otro (y lo repite), no hay otro fuera de mí. Yo soy un Dios
justo y salvador, y no hay ninguno más. Volveos hacia mí para salvaros,
confines de la tierra, pues yo soy Dios y no hay otro. Yo juro por mi nombre,
de mi boca sale una sentencia, una palabra irrevocable: Ante mí se doblará toda
rodilla, por mi jurará toda lengua”.
Este es el Dios que esperamos en este tiempo de Adviento: “Ven Señor; cielos, destilad desde lo alto al Justo, las nubes lo derramen”. Este es el Dios de Juan de la Cruz, de Juan el Bautista… El Hijo de María que nació en un portal de Belén de Judá. Pidamos convertirnos, volver hacia Él, es nuestro salvador. Así lo espera María en Nazaret hasta llegar a Belén donde le da a luz, y así nos lo quiere dar a cada uno. Convirtámonos. Es gracia de Navidad. “Entró la caridad en mi corazón y desde aquella noche, fui feliz”, nos dice santa Teresa del Niño Jesús que le sucedió aquella “noche del 24”.